Crónica Mundana / Manuel Espín ■
Un año después de la lamentable y desastrosa invasión de Ucrania, la retórica de Putin calificando a su antiguo socio y afín de “nazi” y proclamando su acción militar como “respuesta defensiva” empieza a deteriorarse por más que el discurso único ultranacionalista pueda haber calado en una buena parte de su población, que por vez primera empieza a percibir las consecuencias de esa triste aventura en la vida económica de un país sometido a embargo comercial y a toda clase de limitaciones a sus naturales para desplazarse por el mundo. Putin cometió un gravísimo error con esa acción descabellada y sangrienta, y no sólo la ruptura de sus intercambios comerciales afecta a sus exportaciones, el turismo hacia Rusia se ha venido abajo, las exportaciones palidecen, y su poderosa imagen cultural se empequeñece. Ejemplo: el público y los empresarios teatrales en Europa –también de España– rechazan las giras habituales de ballets rusos por Occidente.
“China lanza un plan de doce puntos que Putin aplaude, pero del que EE UU, UE y la OTAN no se fían”
Putin se metió en un inmenso lodazal y su discurso monocorde caló en principio en una población ‘anestesiada’ a la que apenas se permitió que escuchara otras voces, mientras el malestar empieza a manifestarse en jóvenes lanzados a una carnicería, y el jerarca ruso, a un año de la invasión, no ha sido capaz de ganar guerra alguna. Incluso sus tradicionales amigos europeos (Berlusconi, también Orban) intentan disociarse de sus anteriores coqueteos. Lo tremendo es que doce meses después no se ha logrado ni siquiera un alto el fuego.
La situación es cada vez más reversible en contra de Putin. Por vez primera se habla de planes de paz, y China lanza el suyo en doce puntos. La terminología y su redacción es seductora: se dice que “todas las guerras representan un fracaso”, que “la paz es posible”, y “el mundo debe poner punto y final a un clima de guerra fría”. También se menciona el “respeto a la integridad territorial de Ucrania y de Rusia” y que su plan promueve una actitud “positiva y justa”. Pero hay trampa en el texto.
La principal atañe al “reconocimiento de nuevas realidades territoriales”, remarcando esa “libre determinación”. El eufemismo significa otra cosa: la incorporación a la Federación Rusa de los territorios desgajados de Ucrania y sometidos a un pseudoreferéndum ‘manu militari’, sin valor ni reconocimiento alguno de la comunidad internacional. Se trata de una mentira para justificar la conquista de un territorio, empezando por Crimea y el resto de las provincias del Este. Es el verdadero problema a afrontar: es imposible que la UE, EE UU o la OTAN reconozcan un cambio en las fronteras tras una invasión de otro estado.
Biden tampoco se fía del entusiasmo de Moscú hacia el plan chino. Interpretado más allá de las seductoras palabras de paz y de “libre determinación” hay una intención clara de asumir y corroborar las conquistas unilaterales que Putin auspicia desde hace años. La única manera de ‘dar una oportunidad a la paz’ como decía John Lennon es proceder cuanto antes a un inmediato alto el fuego, que debe ser unilateral por parte de Rusia, país que inició el conflicto. Y después se debe entrar en las negociaciones, en las que la única concesión a la Federación puede ser el compromiso de que Ucrania no llegue a integrarse en pacto alguno, como la OTAN, y que su vinculación a la UE consista en un tratado que no implique su incorporación como socio de pleno derecho, y el reconocimiento de su neutralidad.
Hay un tema que ahora a Rusia le interesa más que hace medio año: la suspensión del embargo comercial, que empieza a hacer daño a su economía. Pero ningún dirigente occidental se fía de la palabra de Putin, que con cinismo atroz negaba horas antes de empezar la invasión de Ucrania. Parece difícil o imposible que a Putin, en otra hora tan aclamado por la derecha dura occidental, se le ofrezca cualquier oportunidad de supervivencia política. Será con sus potenciales sucesores con quienes habrá que hablar de muchas más cosas: del respeto a las fronteras y a la integridad territorial de los Estados, de la creación de un mecanismo de confianza y ayuda mutua en el que la propia Federación Rusa participe de acuerdos más allá de la OTAN y de los viejos bloques militares.
“Palabras como “reconocimiento de nuevas realidades territoriales” encubren la anexión de territorios ucranianos por Rusia”
Entre tanto, parece difícil que Bruselas, Washington y el resto de las capitales se sienten a negociar con alguien tan poco fiable y atrapado en un ultranacionalismo de viejo imperio como Putin. Aunque sea necesario desactivar el polvorín militar y cualquier zarpazo a la desesperada de quien está perdiendo la guerra y no sólo moralmente, en un momento en el que las sanciones y el embargo empiezan a hacer mella en la vida cotidiana, y hay vías de agua imposibles de taponar con la retórica. El único gesto que Putin debe realizar sin esperar minutos es la declaración unilateral del alto el fuego; y después vendrá el resto. El problema que Putin debe abordar es inquietante: ¿Cómo explicar de puertas adentro una retirada de Ucrania, tras largos meses de palabrería ‘patriótica’? ¿Acorralado, el jerarca se puede ver tentado a recurrir a su armamento nuclear?