Crónica Mundana / Manuel Espín
Italia y otros países de la UE establecen un ‘cordón’ para quienes vuelvan de la India ante la grave situación sanitaria planteada en los últimos días en el país más poblado del planeta. Semanas atrás su primer ministro, Narenda Modi, afirmó que la crisis del Covid-19 pertenecía al pasado, y que era necesario relajar las limitaciones a la vida cotidiana para favorecer la economía y la actividad productiva. El máximo representante del Ejecutivo se alineó con un grupo de escépticos con vacilantes estrategias, entre ellos Trump, Bolsonaro, Boris Johnson o López Obrador, caracterizados desde marzo del año pasado por declaraciones estrambóticas y opiniones pseudocientíficas. Un negacionismo que llevó a decir que el virus podía irse tal y como había venido o a recomendarse tratamientos carentes de validez desde el punto de vista de un criterio médico ponderado.
“El primer país del mundo por habitantes se enfrenta a espectaculares datos de contagios tras minimizar hace un mes el alcance de la pandemia”
Pero de marzo –cuando se creía ‘vencido’ al contagio– a día de hoy India protagoniza los peores datos mundiales de la pandemia, con 350.000 muertos al día durante esta semana, y un absoluto colapso hospitalario bajo unas condiciones extremas. Todo en el país que tiene el récord mundial en la fabricación de vacunas, pero que se enfrenta a la dificultad de lograr componentes para fabricarlas, con el impacto natural en los suministros a otros países, que ahora será difícil lleguen a producirse.
Modi, que proviene de un partido ultranacionalista radical, acentúa su carácter de personaje polémico, al que se atribuyen decisiones contradictorias y gestos que han provocado tensiones. A su favor cuenta con un tanto relevante: los crecimientos en el PIB de la India, que en términos europeos son enormes. Sin embargo, ese aumento se ha producido con malos datos respecto al desarrollo humano. De esta manera, la sociedad se enfrenta estos días al reto colosal de tener que hacer frente casi de un día para otro a una dramatización de la pandemia, que tira por tierra la ‘alegría’ con la que en marzo se consideró “superada” para siempre.
Las decisiones de este político vienen siendo controvertidas, entre ellas las limitaciones al ejercicio de la huelga y las condiciones de negociación empresarios-trabajadores. Además, Modi ha mostrado simpatía hacia una tendencia que rompería para siempre lo que en sus orígenes se buscaba para la ‘nueva India’: una sociedad multicultural y pluri-rreligiosa, en la que tropezó el propio Ghandi.
Ahora no descarta la conversión del hinduismo en religión del Estado; cuestión inquietante en un país donde las divisiones por razones culturales o religiosas han dado lugar a enfrentamientos civiles o guerras abiertas. Reconocer una religión única es un paso atrás, frente a lo que representan las sociedades pluriconfesionales bajo sistemas laicos que garanticen la práctica de cualquier religión, o su ausencia, sin que nadie pueda ser marginado ni postergado.
No ha de olvidarse el importante peso económico mundial de India ni las dimensiones potenciales de su gigantesco mercado, o el papel que está llamada a representar en el contexto mundial; así como la creciente relevancia tecnológica que ha ido adquiriendo en sectores punteros. La crisis actual tiene todavía más ‘víctimas’: otros Estados del mundo y no precisamente los más ricos o con mayor disponibilidad para comprar o fabricar vacunas, dependen del ritmo de llegada de las del sur de Asia, que difícilmente van a poder alcanzarse cuando el enorme país del subcontinente asiático se enfrenta a una crisis sanitaria y humana de proporciones desbocadas.
“Bajo un gobierno nacionalista de derecha radical registró grandes crecimientos del PIB pero con malos índices de desarrollo humano”
El ‘caso hindú’ pone una vez más de relieve la responsabilidad a la deben enfrentarse quienes ejercen responsabilidades públicas. Bajo una fuerte y comprensible presión para acercar lo más posible las condiciones productivas a la ‘actividad normal’, y la demanda de la ciudadanía para levantar cuanto antes las limitaciones en las formas de vida; frente a la de mantener una excepcionalidad aunque políticamente pueda ser costosa para cualquier gobierno; hasta que el proceso de vacunación se imponga, el virus pierda su capacidad de contagio y los servicios sanitarios dejen de tener la actual presión. Pero no siempre es fácil asimilar la asunción de limitaciones por sectores sociales o generacionales, especialmente jóvenes; pese a que está cambiando el perfil de pacientes hospitalizados de Covid-19 y cada vez tengan menor edad.
Lo sucedido en India, aunque se trate de una sociedad distinta a la europea, debe hacer pensar antes de tomar una decisión la necesidad de establecer una prospectiva sobre la relación entre la aspiración a la ‘normalidad’, y las condiciones que puedan ofrecer garantías desde el punto de vista sociosanitario. En España, merece valorarse qué va a pasar después del 9 de mayo, cuando acabe la legislación especial, con el precedente de países como India donde la desescalada ha sido vertiginosa, derivando en una catástrofe humana que nadie desea.