Crónica Mundana / Manuel Espín
Vuelve a ser polémica un supuesto nuevo insulto racista en un partido de fútbol, que motivó la retirada momentánea del equipo del Valencia del campo de juego, en solidaridad con su compañero de origen africano. La situación se repite con variantes: expresiones xenófobas, racistas y homófobas desde las gradas, amparándose en el anonimato de la masa, como los del campo del Espanyol en enero de 2020 contra el jugador del Athletic Iñaki Williams. El entorno deportivo parece lugar propicio para que se produzcan gritos de odio, discriminación y violencia, por la presión de grupo sobre el individuo, y la persistencia de estereotipados mitos que por muy caducos se siguen utilizando.
“Mientras el juicio del ‘caso Floyd’ alcanza resonancia mediática, ‘The Washington Post’ dice que los afroamericanos tienen el doble de posibilidades de morir por disparos de un agente que los blancos anglosajones”
El desprecio contra quienes aparentan ser diferentes por el color de su piel, cultura, religión o ausencia de ella, por sus ideas políticas, género, opción en materia de diversidad sexual, o simplemente por ser pobres o pertenecer socialmente a una condición de aparente menor grado que la de quien se cree superior, está en las redes sociales; aunque desde servidores y plataformas se traten de controlar las expresiones de odio.
La dificultad de actuar frente a esas descalificaciones es manifiesta, y la supervisión puede afectar a un principio tan irrenunciable como la libertad de expresión y de pensamiento, con la instalación de otra nueva censura. La libertad no puede ser patente de corso para el insulto, el racismo o el neofascismo. Aunque se pueda pensar en términos generales que la ciudadanía española no es racista, las expresiones discriminatorias y xenófobas están a la orden del día. En un programa de archivo de televisión en la España de los 70 se escuchaba un calificativo tan indignante como ‘judiada’, que a nadie debió escandalizar en ese momento. Hoy debe parecernos escandalosa cualquier expresión antijudía, como las que atronaron en la Europa de entreguerras, y más las suscritas por científicos o clérigos de la época; de la misma manera que en nuestro tiempo es inadmisible el reproche a un grupo o persona por su ‘diferencia’ –lo que no es equivalente a ‘inferioridad’– respecto al mayoritario. Más preocupante es que una fraseología antisemita con resonancia de las cavernas de la historia reaparecezca en discursos públicos, como en algunos Estados del Este, o en grupúsculos ultras.
Por fortuna, en Europa Occidental la víctima del insulto es rara vez el judío, frente a un discurso islamófobo que se puede escuchar en redes, medios e incluso Parlamentos, tan lamentable como aquél. Creación alimentada por el uso de estereotipos bajo la proyección mediática del fundamentalismo de ‘yihad’ que ha hecho muchísimo daño a la integración de colectividades y personas musulmanas en sociedades europeas. Al que hay que añadir las manipulaciones fáciles de ser asumidas por quienes no se molestan en ir a los datos ni contrastar la verosimilitud de los mensajes. En cualquier caso, todas las personas, cualquiera que sea su origen o procedencia, tienen derechos, y a la vez obligaciones, entre ellas el respeto a las normativas legales y sociales de donde residen.
En Norteamérica el juicio sobre el ‘caso Floyd’ aparece en el foco de la noticia gracias a su retransmisión televisiva. La injusta y violenta muerte en Mineápolis a cargo de policías de un ciudadano afroamericano que hizo despertar el Black Lives Matter. La presencia de una legislación que reconozca derechos de igualdad se queda en un catálogo de buenas intenciones si no hay una base social capaz de asumir esos valores en su día a día como un elemento fundamental de su modelo de convivencia.
“Insultos racistas y homófobos se repiten en el espacio deportivo español”
Para ello es preciso salir al paso de cualquier expresión racista, discriminatoria, homófoba o clasista, cualquiera que sea la víctima o el grupo de procedencia señalado, y el medio utilizado, sea la calle o la red social. Con atención especial a los espacios de socialización, como son los grupos de apoyo, lugares de expresión lúdica, bases de integración asociativa y de ocio. Es inadmisible e intolerable que en una sociedad que se define como democrática se permita la menor laxitud o vacilación en la condena al racismo o la homofobia.
Causa sonrojo pensar en la pervivencia de los prejuicios raciales en el mundo de hoy. La propia Casa Real británica dice revisar sus protocolos tras la denuncia de Meghan Markle y el príncipe Harry sobre el origen de ella; en un país tan multirracial como Reino Unido. De la misma manera que a otro nivel estremece que en el metro de Madrid o en el de Barcelona se pueda agredir a otra persona por su diversidad. Por ello la primera tarea debe ser autocrítica: revisar cuanto puede haber de discriminatorio en el lenguaje cotidiano o en expresiones denigratorias. Acabo con anécdota: un vendedor callejero se dirigió por una calle madrileña a una mujer joven de color llamándola “conguita”; algo inadmisible aunque se quiera presentar bajo el disfraz de la campechanía.