Crónica Mundana / Manuel Espín
La economía contemporánea está globalizada y digitalizada, a base de grandes compañías cuyo negocio está basado en las redes, con capacidad para explotar sus productos y servicios a nivel planetario. Lo increíble de este proceso desarrollado desde 2000 es que buena parte de esas empresas millonarias hayan venido utilizando países refugio de sistemas fiscales complacientes con bajísima tributación aunque sus beneficios se obtengan de otros territorios en los que pagan impuestos pírricos o simbólicos. Se trata de una modalidad emparentada con los pabellones de complacencia o los paraísos fiscales, que se han tolerado porque les interesaba a muchos Estados, incluso aquellos que públicamente reniegan de ellos.
“Primer punto de acuerdo mundial sobre un mínimo del 15% a las grandes empresas transnacionales”
Tributar con una bajísima presión fiscal rompe el principio de la libre competencia y atenta contra la libertad de mercado. De esta manera, un empresario local cuya geografía comercial es limitada tiene que hacer frente a unas cargas casi imposibles de soportar frente a compañías de ámbito global y beneficios millonarios que apenas pagan impuestos por estar artificialmente radicadas en Estados reclamo. El G-20 ha tomado la decisión de adoptar un mínimo global del 15% a corporaciones que facturen al menos 750 millones de euros, a través de un mecanismo de beneficio residual que implica seguir tributando en los países donde están radicados pero a la vez en aquellos donde se obtienen los rendimientos. El acuerdo, que parecía imposible en la época de Trump, afecta a quienes superen los 20.000 millones de facturación; es decir, compañías de la economía digital. Aunque hay letra pequeña: un periodo de adaptación al nuevo sistema, y la retirada de medidas unilaterales de varios países, especialmente de la UE, sobre servicios digitalizados.
El acuerdo de la conferencia celebrada en Roma representa una invitación y un reto a la UE, que ha sido incapaz de desarrollar uno de sus deberes más urgentes: la armonización fiscal. Estados como Holanda o Irlanda, con su baja presión a grandes compañías, han hecho el efecto ‘pabellón de conveniencia’ introduciendo un agravio respecto a otros estados de la Unión. Este es un asunto que Europa viene arrastrando desde hace tiempo pero que debe afrontar cuanto antes: lograr un nivel armonizador de su fiscalidad entre socios para evitar la competencia desleal. En la reunión del G-20, Estados Unidos, Italia, Austria, Francia, Reino Unido y España han suscrito un acuerdo por el que EE UU no sancionará comercialmente a Estados que han impuesto sanciones comerciales.
Dos ‘estrellas’ más que parecen de pura lógica en este encuentro. La primera: acelerar la vacunación, especialmente en aquellos países que carecen de medios para adquirir viales. Sigue siendo escandaloso que la mayor parte de los africanos y de otros continentes carezcan de posibilidades de vacunar a su población no sólo contra el Covid, sino contra enfermedades infantiles que en Europa o Norteamérica son un recuerdo del pasado. El G-20 se compromete a vacunar al 40% de la población mundial el 31 de diciembre, y al 70% en 2022: una cifra que hay que considerar bajísima cuando países como España han alcanzado ya una pauta del 80%. El mecanismo para hacer llegar esas vacunas es la donación, la entrega directa o la financiación de la compra. Pero hay uno más importante: la cesión de patentes, habida cuenta de que en bastantes casos se ha llegado a obtener esas vacunas gracias a las inversiones y a los contratos previos de los Estados con los laboratorios suministradores.
En cualquier caso, vacunar a personas de países que no pueden adquirir vacunas no es sólo altruismo o beneficencia, sino racionalidad. Ante una pandemia no caben barreras nacionales ni fronteras. De la misma forma que no se puede negar la atención sanitaria a una persona por no tener papeles. Aceptarlo como un hecho sería dar carta de naturaleza a un riesgo contra la salud comunitaria.
“Donar, regalar vacunas o facilitar ‘copys’ no es sólo altruismo, sino interés: de las pandemias salimos juntos o ninguno”
Los acuerdos sobre el calentamiento global –que no es ‘ideología progre’, sino un requerimiento imprescindible para estados y sociedades– están presentes en cada una de las conferencias internacionales, como en la monográfica de Glasgow. Por ahora, los grandes Estados se comprometen a las ‘emisiones 0’ en 2050 o 2060. Un plazo largo e impreciso; y unas difusas obligaciones. Por el momento se sabe la teoría –la gravedad de los efectos a corto plazo del calentamiento– pero se tarda en pasar a la acción. En Roma, Chinadice que se encuentra en la ‘transición verde’. Este proceso no puede dilatarse en el tiempo, y la reconversión del sistema productivo y energético debe acelerarse para salir al paso de lo que constituye una amenaza para ésta y las generaciones siguientes. El tiempo perdido tras los acuerdos de París, de los que Trump se descolgó, es necesario recuperarlo.