Crónica Mundana / Manuel Espín
A principios de este año un popular programa de RAI 3 sorprendía con una entrevista en directo, vía telemática, al Papa Francisco (1936), hablando de inmigrantes, guerra, relaciones padres-hijos, dolor infantil, y donde se posicionó contra el clericalismo «debajo del cual hay putrefacción». Por esos días se pudo ver en una calle de Roma un inaudito espectáculo: ante una conocida tienda de discos descendía en coche el mismo Papa. Cuando se le preguntó qué música le gustaba ofreció varias referencias, y una llamativa: el tango. En 1917, Benedicto XV lo había considerado “pecaminoso”, hasta que Pío XI en 1924 vio que bailarlo no era tan libidinoso como decían. Francisco viene opinando sobre sus libros y películas favoritas como podría hacer cualquier personaje de actualidad. Sus puntos de vista han aparecido en televisión y radio (en España con conductores dispares como Évole o Carlos Herrera), o cine (película de Win Wenders).
“Concepciones, mundos, estilos diferenciados entre el Papa y el patriarca ortodoxo de Rusia, que apoya de forma radical a Putin en la invasión de Ucrania para salir al paso de lo que llama la “libertad’ visible» y el «desfile gay»
Mientras en vida sus antecesores, de Pablo VI a Juan Pablo II, tuvieron calles o colegios con su nombre, el actual papa no aparece en el espacio público español, y en misas de entidades ultracatólicas se habla genericamente del “papa” sin mencionar su nombre. Francisco no sólo es ignorado, sino mal visto por los sectores más a la derecha, especialmente entre quienes se dicen católicos y apostólicos y llegan a denominarlo antipapa. El primero contemporáneo que habla castellano como idioma materno es ninguneado por el integrismo. Los motivos de discrepancia son muchos, empezando por el tema de la inmigración, la acogida a los refugiados, y pasando por el lenguaje utilizado por el jesuita, nada nuevo pero insólito cuando se escucha en boca del más alto representante de la Iglesia católica, tocando temas que antes eran tabú: el Papa no cree que la masturbación sea un pecado, como hasta hace poco se consideraba por altos representantes de la Iglesia, y por vez primera no condena a los gays como todavía siguen haciendo varios obispos.
Lejos de Roma, en Moscú, Kiril II (1946) ofrece titulares que podrían haber salido de la boca más retrógrada. En su comentado sermón en la Catedral de Cristo Salvador de la capital rusa, el patriarca ortodoxo y máximo representante de esa comunidad de más de 165 millones de presuntos fieles, defendió a ciegas la postura de Putin y la invasión en Ucrania, que no llama así, sino campaña de “recuperación de valores morales”. Justifica la ocupación del Dombás, territorio que la Federación quiere desgajar de Ucrania, «porque durante años hubo intentos de destruir lo que existía» y «el rechazo fundamental a los llamados ‘valores’ que hoy son ofrecidos por quienes se reclaman el poder mundial». El patriarca critica un mundo «con un consumo excesivo» y se opone a lo que llama “libertad’ visible» que identifica con un desfile gay, reafirmando sus posiciones homófobas. Ni una palabra de piedad o de compasión para las víctimas de una guerra sino la ‘paz’ del vencedor y del más fuerte. Con la peregrina idea de que la campaña militar emprendida por Putin busca salvar a la Federación de esa “falsa libertad” –es decir, los derechos y libertades tal y como los entendemos en esta parte del mundo– y del ‘lobby gay’. Términos intercambiables con los de Putin.
La iglesia ortodoxa rusa es uno de los puntales del proyecto ultranacionalista y patriótico, con una confusa mezcla entre nación y religión ortodoxa, que debe suscitar aprehensión o rechazo no sólo por parte de quienes en ese enorme país tienen otras religiones o ninguna, sino especialmente por la iglesia ortodoxa ucraniana, que ha de sentirse especialmente atacada y malherida por la asunción de conceptos imperialistas. Las opiniones de Kiril II, que podrían ser firmadas por los prelados más ultras del catolicismo pre Francisco, constituyen un posicionamiento en contra de una sociedad libre y democrática donde puede haber distintas formas morales o concepciones sociales sin que ninguna tenga que ser superior a la otra, y donde el Estado canaliza su expresión, y garantiza los ideales de igualdad y de ejercicio de derechos en todos los ámbitos. Miremos a sectores de la sociedad rusa cercanos a ideas progresistas y de igualdad democrática, y la incomodidad que deben sentir ante esas ultramontanas expresiones de intolerancia, en las que la guerra se asume como un objetivo contra una “moral disolvente”.
Francisco y Kiril II se conocieron en 2016 bajo una perspectiva ecuménica. Años más tarde cualquier intención loable de diálogo interreligioso se pone en entredicho cuando el patriarca ‘bendice’ una guerra injusta que genera intenso dolor humano, miles de víctimas, masiva destrucción y millones de refugiados. Donde parece terrible que el máximo líder religioso pase por alto ese ‘valle de lágrimas’, y la profunda turbación que genera en el planeta. En los tiempos de la Guerra de Vietnam, monseñor Spellman, cardenal de Nueva York, se dejó llevar por su ferviente anticomunismo apoyando de forma vehemente la intervención militar en el Sudeste Asiático.
“Se conocieron en 2016: la iglesia ortodoxa rusa tiene 165 millones de potenciales fieles. Su máximo representante califica a Putin de “maravilla de Dios”
La historia no le dio la razón y aquellas opiniones de antaño resultan especialmente chirriantes. No porque a día de hoy Vietnam sea socio comercial y aliado preferente de Estados Unidos, sino porque lo que siempre se espera de un líder o un representante religioso, y todavía más en uno que se dice cristiano, son iniciativas de paz justa, defensa de los débiles y rechazo a la tiranía de la guerra.
El patriarca, de quien se dice que es un hombre culto y que tiene como principales aficiones el cuidado de perros de caza, y que es íntimo amigo de Putin, al que define como “un milagro de Dios”, está preocupado por el «desarme espiritual de las masas»; en una entrevista televisiva en la Navidad ortodoxa de 2014 opinaba que «la fe, tal y como se entiende en los países occidentes, está postergada por la excesiva protección de los derechos humanos». Contraponer ‘fe’ contra ‘derechos humanos’ da la medida de todo lo que se puede esperar de un personaje que se dice a sí mismo cristiano.