No crean a pies juntillas lo que cuentan los periódicos. Vivimos tiempos líquidos, que en cualquier momento se volverán gaseosos. Tan inestable es la actualidad que no sabemos cuánto aumentarán las tarifas eléctricas pasado mañana. La misma sensación de incertidumbre, de altibajos, afecta a otros asuntos de punzante actualidad.
El salario mínimo interprofesional (SMI en adelante) es uno de ellos. Tan pronto su aplicación es inminente (Pedro Sánchez dixit), como se aplaza a vete a saber cuándo.
Una mañana Antonio Garamendi, presidente de los empresarios, se despierta inspirado y propone que se establezca un SMI distinto en Galicia o en Cataluña, en Andalucía o en Ceuta (en virtud de la renta en cada comunidad). La idea siembra más confusión en un tema ya de por sí desbarajustado.
No han pasado dos semanas y los líderes respectivos de CC OO y UGT, Unai Sordo y Pepe Álvarez, declaran al unísono que cederán en sus reivindicaciones salariales y esperarán a 2022, a condición de que en ese año el SMI se redondee hasta la cifra mágica de 1.000 euros mensuales.
“Tan pronto la aplicación del salario mínimo interprofesional es inminente (Pedro Sánchez ‘dixit’) como se aplaza a vete a saber cuándo”
Tres días después, la siempre sonriente ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, emplaza a los sindicatos a que no se amodorren y pacten de inmediato la subida con el Gobierno, ya que la patronal se niega en redondo. Por si fueran pocos los participantes en este juego de frontón, la empresa de trabajo temporal Randstad Research publica un informe a pachas con Cepyme (pequeños y medianos empresarios). La conclusión, espeluznante. Sumar 50 euros a los 950 actuales significaría el despido de hasta 130.000 trabajadores.
Entre unos y otros, Elvira Rodríguez, vicesecretaria del Partido Popular, sugiere que el SMI ha crecido demasiado. Mejor sería, dice, bajar el impuesto sobre la renta a los de arriba y a los de abajo. Aunque éstos últimos (presuntos beneficiarios del SMI) no paguen por el IRPF.
Dado este batiburrillo no ha de extrañar lo que me ha dicho el joven repartidor de telepizzas el fin de semana último.
—Me conformaría con ganar el salario mínimo de ahora mismo. Me quedan 600 euros limpios al mes, bregando 50 horas por semana. Si los hijos de los políticos currasen en precario, vería usted la prisa que se daban sus papis.
—¿Eso no es demagogia? —pregunto, mirando a la pizza con apetito desordenado.
—No, caballero, es de pepperoni como ha pedido.
La opinión del jornalero en bicicleta me ha hecho reflexionar. El chico pudiera estar en lo cierto. En consecuencia, las negociaciones infinitas de los dirigentes sobre el sueldo de los desfavorecidos se deberían a que no lo padecen sus propios vástagos.
El proceso mental me ha llevado a una figura inédita, que nunca es objeto de discusión parlamentaria, ni se fija por real decreto ley del Ministerio de Trabajo y Economía Social. Lo llamaré ‘salario máximo individual’ y responde al sabio refrán de que ‘quien no corre, vuela’. Dada la coincidencia de ambas siglas, habrá que añadir dos matices: SMI popular y SMI elitista.
Una breve casuística ayudará a entender esta novedad. Reproduzco titulares recientes de prensa, cogidos a boleo.
“El PSOE y Podemos votan a favor de subir el sueldo a los diputados y se ven obligados a rectificar minutos después”. Publicado en octubre de 2020.
“Los directivos de la banca se suben el sueldo hasta un 270% entre un mar de expedientes de regulación de empleo”. Abril de 2021.
“El alcalde de un pueblo de Cantabria con 4.000 habitantes se sube el sueldo de 28.000 a 42.000 euros anuales”. Junio de 2021.
“La presidenta del organismo que fija el precio de la luz intentó subirse el sueldo 10.000 euros en plena escalada de tarifas”. Julio de 2021.
“La subida de sueldo de la alcaldesa de Canet provoca una crisis en el Partido de los Socialistas de Cataluña”. Agosto de 2021.
“Dada la coincidencia entre ambas siglas, habrá que añadir dos matices: SMI popular y SMI elitista’’
La excepción a estos movimientos verticales hacia arriba puede encontrarse en la familia real. No en la que puebla nuestros municipios a lo ancho y largo de España, sino a la que habita en el Palacio de la Zarzuela.
Sabemos que a 31 de diciembre, poco después de su mensaje navideño, Felipe VI habrá percibido 253.850 euros brutos, la reina Letizia un total de 139.610 euros y su suegra, la reina Sofía, 114.240. Las mismas cantidades que en 2020. Es decir, todos se han congelado el SMI elitista.
Don Juan Carlos sólo ha cobrado hasta marzo (decisión de su propio hijo, por circunstancias de sobra conocidas). No he podido confirmar si también se ha refrigerado la paga semanal de las infantas Leonor y Sofía, fijada en 30 euros para cada una según reveló hace tiempo Pilar Eyre, periodista experta en intríngulis monárquicos.