Crónica Mundana / Manuel Espín
Hace cuarenta años Pinochet sacaba adelante en Chile una Constitución, que con muchas reformas, ha servido para este largo periodo en el que la derecha se ha alternado en el poder con coaliciones de centroizquierda. El actual presidente, Sebastián Piñera, viene repitiendo desde dos años atrás en un puesto ya ostentado en otra época. Ahora, sostenido por una agrupación de cuatro partidos bajo el nombre Chile Vamos (Unión Demócrata Independiente, Renovación Nacional, Partido Regionalista Independiente Demócrata y Evopol) adscritos al espacio conservador-liberal. La crisis del invierno de 2019 sacudió Chile poniendo en evidencia las costuras del estado aparentemente más estable de América Latina, donde se habían producido crecimientos en el PIB, pero este seguía pesimamente repartido, con graves problemas sociales, carencias en sectores de población, y la necesidad de implantar un verdadero Estado del Bienestar. El estallido chileno se inició como una versión local del 15-M, sólo que en este caso su desarrollo no fue tranquilo ni pacífico. Piñera pasó por distintas fases en las turbulentas jornadas de hace un año protagonizadas por estudiantes, trabajadores, y luego otros sectores del país: de la represión al intento de diálogo. Aun así, los disturbios causaron 35 víctimas mortales, y la actuación de la Gendarmería despertó controversias y fuertes críticas por su falta de capacidad para diferenciar entre la minoría violenta y los manifestantes que ejercían el derecho a pedir cambios en la estructura política y social.
“Chile vota de forma abrumadora a favor de una asamblea constituyente para una Carta Magna elaborada paritariamente por 155 ciudadanos”
Desbordado por la magnitud de la protesta, Piñera tuvo que aceptar la consulta a la ciudadanía para la apertura de un proceso constituyente en lo que se ha llamado Convención Constitucional que ha culminado con la votación del último domingo de octubre. Frente a la posición de unanimidad al cambio de la izquierda, la agrupación de partidos que sustenta a Piñera ha aparecido dividida entre posiciones continuistas y a favor de la elaboración de un nuevo texto. El presidente animó a votar pero no se pronunció públicamente por el sentido de su voto. Una actitud realista, por cuanto en su propio partido las opiniones eran diversas.
La victoria del ‘sí’ ha sido espectacular con un 78,2% de los sufragios, frente al 21,80% del ‘no’. Más sui géneris el formato elegido por la ciudadanía: entre las posibilidades de un ‘mix’ entre políticos y ciudadanos se ha decantado por una fórmula en la que serán estos exclusivamente quienes se encargarán de impulsar la nueva Carta Magna en un consejo compuesto al 50% por hombres y mujeres. La iniciativa no tiene parangón y se acerca a un sistema de participación popular lejos de las viejas ‘castas’ de la política. La verdadera prueba de fuego se inicia ahora con la redacción de la Constitución, que deberá ser refrendada dentro de un año.
Una de las claves será el modelo económico. La derecha ha argumentado a lo largo de la campaña los buenos datos de crecimiento de Chile bajo el anterior marco, frente a los críticos que denuncian el desigual reparto de los recursos. En su día, Pinochet había aplicado una política económica que rompía con las aplicadas anteriormente por las dictaduras de derecha. Su régimen era una autocracia en lo político, pero en lo económico aparecía como ultraliberal, lejos de intervencionismo económico ultranacionalista de los fascismos de su versión clásica. Pinochet aplicó las reglas de la Escuela de Chicago con privatizaciones y práctica renuncia al control público del Estado, mientras en lo político actuaba como represor.
“La crisis de 2019 se saldó con 35 muertos y una grave crisis institucional”
Es probable que del nuevo marco surja una economía mixta con amplio espacio para la actividad privada y garantía de estabilidad y seguridad jurídica a los inversores extranjeros, pero a la vez de sometimiento de los recursos al bien común y garantía en la consolidación de los derechos sociales, la mejora de oportunidades y el reparto equitativo de la riqueza nacional. La fórmula es totalmente nueva, y como reconoce la UE, la celebración del referéndum es un paso importantísimo por lo que representa de pronunciamiento pacífico de la ciudadanía, y puede convertir a Chile en un inesperado referente. Las posibilidades son muchas, pero también los riesgos. Pese a los problemas que puedan surgir, abre una ventana, como la que tendría que crearse en Venezuela: debe ser la ciudadanía quien ha de expresar libremente su voluntad en las urnas. Y el papel de la comunidad internacional y de los Estados democráticos debe ser centrarse en promocionar las condiciones para que las consultas se realicen con la máxima garantía de transparencia y libertad; no el de jalear conspiraciones, alentar golpes de Estado o invasiones exteriores.