Crónica Mundana / Manuel Espín
En vísperas de la cumbre madrileña de la OTAN la situación en Ucrania parece encaminarse hacia un punto de no retorno con un conflicto militar en el que no se ha producido lo que la Federación Rusa esperaba: el colapso en breves semanas de la resistencia ucraniana. Por el contrario, Putin no logra todavía imponerse y conseguir su principal objetivo: entrar en Kiev y desde la sede de su gobierno y parlamento crear un gobierno títere o afín, que sería reconocido inmediatamente por Bielorrusia y otros ejecutivos ‘amigables’, en lo que cada vez más se parece a un nuevo choque como aquellos del tiempo de la Guerra Fría pero sin argumentos ideológicos por medio.
“El jerarca de la Federación Rusa ‘advierte’ a Occidente de que puede atacar otros objetivos si se suministran a Ucrania misiles de mayor alcance”
El proceso de desilusión dentro del país más grande del mundo todavía no se ha producido, no sólo por el dominio oficialista de los medios de comunicación, sino porque Putin sigue alimentando un sueño imperial de superpotencia, aunque ni por su economía ni su capacidad industrial Rusia lo sea. Los sueños occidentales de un movimiento interno como el de la guerra del Vietnam en los Estados Unidos de los 60, un golpe interior o un cambio en el equipo dirigente que desplace a Putin del poder y acabe con esta locura, no parece que tengan de momento viabilidad alguna.
Los índices de popularidad le siguen favoreciendo de manera arrolladora, pese a las sanciones económicas y al bloqueo comercial. Moscú no solo juega con el potente arsenal atómico, sino con su disponibilidad de energía de la que dependen varios países de Centroeuropa, y que ha llevado a Orban y algún otro estado de la zona además de Hungría a conseguir una excepción dentro de la UE por su elevada dependencia energética del Este, que les permite desligarse del boicot a Rusia.
En el prólogo de la cumbre que aspira a refundar la OTAN bajo el peso de una amenaza militar, Putin advierte a Occidente de que puede apuntar a nuevos objetivos sin detallarlos, en el caso de que Norteamérica proporcione a Ucrania misiles de mayor alcance. Una opinión que lanza a Finlandia y Suecia a los brazos de la OTAN con la que se disipa cualquiera de los proyectos de épocas todavía recientes de generar un sistema de seguridad mutua diferente al hasta ahora conocido en la Alianza Atlántica, en el que Occidente podría haber incluido a la Federación Rusa. Si uno de los pretextos para la invasión en Ucrania era evitar la incorporación de Kiev a la UE o a la OTAN, el mal paso de Putin ha conseguido el efecto contrario: la ampliación de la OTAN a las fronteras con Rusia.
Sin embargo, la gravedad de la situación y los riesgos inherentes a un momento tan extremadamente delicado obligan a ir con pies de plomo. Parece mentira que varios medios de comunicación y sectores de la opinión pública hayan sido capaces de transmitir la idea de que una mayor implicación en la guerra podría disuadir a Moscú de continuar en esta peligrosa aventura. Son altos militares los que por el contrario advierten del riesgo de ir un paso más allá y provocar una respuesta nuclear de un personaje como Putin, que se rodea de un grupo de fieles que le aplauden como una secta, y de una ciudadanía en la que han calado los mensajes oficiales que presentan la guerra como defensiva, en idéntica argumentación propagandística como la que a lo largo de la historia vienen utilizando dictadores, golpistas y los gobiernos imperialistas más agresivos. Es por ello importante establecer una distinción entre Putin y Rusia, evitando caer en una peligrosísima cruzada antirrusa.
En caso de un error de cálculo, de ir unos centímetros más allá en las decisiones de armar al ejército ucraniano, o ante el miedo a verse acorralado, Putin puede desatar el conflicto más grave que han visto los siglos. Parece fundamental actuar con extrema prudencia, manteniendo la presión económica y comercial y ayudando a los ciudadanos de Ucrania que huyen de la guerra, dejando la puerta abierta a una solución negociada que cada día parece más difícil: las tentativas de alto el fuego han fracasado hasta ahora, y el ejército ucraniano, que habla el mismo idioma de sus invasores –por lo que esta guerra tiene una parte de conflicto civil–, ha logrado resistir estos meses pese a la ofensiva rusa de estas ultimas semanas.
Sin embargo algo ha cambiado. La Federación no está políticamente tan aislada como parece, y ello se ha puesto en evidencia con la visita del máximo representante de la Unión Africana, que representa a estados tan dependientes de los cereales del Este como muchos países europeos, pero que no tienen capacidad para resistir las constantes alzas de los precios de los alimentos por la crisis mundial y el riesgo de una desestabilización interna en sociedades con instituciones muy endebles y graves problemas de nutrición, sanitarios y educativos.
“El resultado de estos meses de guerra no sólo es devastador en vidas humanas y destrucciones, sino que sus consecuencias económicas y políticas van camino de ser irreversibles”
Tampoco deja de ser pintoresca la diplomacia paralela de representantes de la ultraderecha europea que se consideran interlocutores privilegiados de Putin como ya ha ocurrido con Orban, su mejor amigo dentro de la UE, o el reciente episodio de Salvini, el líder de la Liga Norte, en su intento de viajar a Moscú, desautorizado con severidad por el primer ministro Draghi. Los próximos días vamos ver muchos golpes de efecto en el tablero de los alineamientos y las relaciones exteriores. Por eso hay que ser extremadamente prudente en las actuaciones y en las respuestas evitando las reacciones viscerales que tan a menudo se escuchan en medios y en redes. Lo que se está jugando es muchísimo, y éste no es el resultado de un partido de fútbol.