Humor Asalmonado / Mateo Estrella ■
La última crisis bancaria me sorprendió caminando hacia un cajero automático, no de carne y hueso. Según las encuestas, la mayoría de los ciudadanos critica con mayor o menor dureza a la banca como sector, pero están encariñados con la sucursal donde guardan su dinero a interés nulo. Antiguamente el cariño era fruto del roce con los empleados de la oficina, desde los que atienden en mostrador o ventanilla, hasta el sanctasanctórum –también llamado despacho– del director, donde se penetraba con el recogimiento propio de las liturgias.
“Está en marcha, desde hace décadas, una estrategia de marketing y de ahorro de costes que deja a la clientela a la intemperie”
Las cosas están cambiando de forma acelerada, fruto de estrés laboral y de las nuevas tecnologías. La práctica desaparición de las cajas de ahorros, donde la tercera edad charlaba con el cajero humano todo el tiempo del mundo, haciendo colas interminables, ha roto los lazos afectivos.
Hace años, cuando se accedía a las sucursales con chaqueta y corbata porque así vestían también los bancarios, las relaciones personales eran muy distintas a las actuales. El director te invitaba a un café con churros, a cargo de sus gastos de representación, y os liabais un buen rato poniendo a parir al Gobierno. Épocas de empleo fijo, retribuciones envidiables y retiro bien gratificado para los bancarios.
Hoy en día, los directores son seres humanos sobrecargados de trabajo, obligados a alcanzar unos objetivos cuyo incumplimiento les destierra a barrios periféricos o bien al despido. No disponen de margen para el alterne. Por otra parte, está en marcha, desde hace décadas, una estrategia de marketing y de ahorro de costes que deja a la clientela a la intemperie, obligada a dialogar con una máquina expendedora-cobradora, cuyo comentario más entrañable es «su operación se ha realizado». Antes te habrá aconsejado que, cuando marques tu número secreto, procures que no lo vean los delincuentes al acecho.
Si consigues acceder al director, poca cháchara. Pides un crédito y te aplican un ‘scoring’ automático, que medirá tu nivel de solvencia. Ingresas dinero y no habrá obstáculo alguno, pero tampoco palmadas en la espalda. A no ser que se trate de una millonada. Cuidado con meter billetes de 500 euros. De inmediato lo comunican al Banco de España y te convierten en sospechoso de tráfico ilegal. Tanto las grandes operaciones como las pequeñas se hacen ‘online’. La entrega de maletines con efectivo queda para las películas y para casos flagrantes de corrupción.
Si consigues que el director te reciba, tras acceder a tus plegarias, mirará al techo y suspirará.
—Tu préstamo no depende de mí, sino de los de más arriba. Ya sabes, la Comisión de Riesgos.
No nos extrañe que la opinión pública haya pasado ampliamente de las quiebras técnicas –rápidamente enjugadas– de Silicon Valley Bank, de Signature Bank, y de First Republic, en Estados Unidos, más la guinda de Credit Suisse. La que parecía institución helvética incombustible.
Primero, porque quedan lejos… De momento. Segundo, porque se acepta que la codicia sea elemento fundamental en el capitalismo salvaje. ¡Qué aburrido sería si el negocio se reflejara en contabilidad ortodoxa! Ni tan siquiera las llamadas oficiales a la calma, afirmando la fortaleza del sector financiero español y destacando que sus ratios están por encima de la media de los europeos, han asustado al personal. Debieran ser alarmantes porque cada crisis financiera, desde los años 20 del siglo pasado, viene precedida por el optimismo de la clase dirigente.
La experiencia demuestra que siempre sucede lo mismo después de que prensa y redes califiquen la situación de pánico, alarma social o hundimiento bursátil, para vender titulares. Intervienen las autoridades monetarias aportando decenas de miles de millones en dinero invisible. No hace falta fabricar billetes masivamente. Sólo se hacen apuntes contables que nadie pone en duda. Los especuladores se forran, y posiblemente los servicios públicos se empobrezcan. Paga la clase media. Los responsables ya no se suicidan, lanzándose al vacío desde sus rascacielos.
“Los especuladores se forran, y posiblemente los servicios públicos se empobrezcan. Paga la clase media”
Como escribió Groucho Marx en su biografía, aludiendo a su propia ruina cuando el ‘crack’ de 1929: «Creo que el único motivo por el que seguí viviendo fue el convencimiento consolador de que todos mis amigos estaban en la misma situación. Incluso la desdicha financiera, al igual que la de cualquier otra especie, prefiere la compañía».
Postdata: el único nombre que he marcado en negrita corresponde al genial humorista. Porque es el único a tomar en serio cuando viene un pánico financiero.