Cultura & Audiovisual / Equipo Lux ■
La música del norteamericano Philip Glass (1937) es electrizante y casi adictiva, a través de un esquema influido por la matemática a base de estructuras repetitivas y transiciones tonales, lo que encierra un enorme trabajo para las voces y las orquestaciones, sin poder contar con las apoyaturas de, por ejemplo, la ópera del XIX. Glass ha tenido tratamientos escénicos tan ‘minimalistas’ como las del espacio donde se ha querido ubicar su estilo; aunque en este ‘Orphèe’ que se estrena ahora en España hay complejas y nada lineales instrumentaciones, y en el foso 26 instrumentistas de la Orquesta del Teatro Real y un sintetizador –y el concepto general de la producción de los Teatros del Canal y el Teatro Real dista mucho de ser una ‘ópera de cámara’–, como afirma su director musical, Jordi Francés, en un trabajo lleno de dificultades que acaba dejando al espectador una sensación hipnótica y envolvente (pese a que el foso de la sala ‘esconde’ a la orquesta, a diferencia del Real).
“Los Teatros del Canal y el Teatro Real estrenan ‘Orphée’, ópera ubicada en el universo analógico de las pantallas de los años 90”
Glass, compleja personalidad que ha pasado por la admiración por las vanguardias europeas, el trabajo con artistas (David Bowie, Leonard Cohen…), el budismo y el minimalismo de las estéticas del anterior final de siglo, y que en el Real ha tenido obras como ‘O corvo branco’ (1998) de la mano de Bob Wilson, y ‘The Perfect American’ (2013), fascinado por la obra de Jean Cocteau adaptó musicalmente sus películas ‘La belle et la béte'(1949) y ‘Orphée’ (1950) prescindiendo de las partituras neorrománticas de la banda sonora original. Este ‘Orfeo’, estrenado en Massachussets en 1993, es una de las mejores, que participa en los repetidos y habituales arpegios del autor, pero donde ofrece una gran tonalidad de variaciones, con una base de sonidos fascinantes. Dentro de esa escala repetitiva, la obra de Glass es inconfundible, aunque emparentada con otros autores contemporáneos de vanguardia, y genera en el oyente unas imágenes que no siempre tienen que coincidir con las que han dado cuerpo a sus obras en los escenarios.
Buena parte de las obras de Glass, considerado un autor emblemático de una época y un tiempo, han tenido interpretaciones escénicas llenas de luz, con mucha iluminación y vestuario sofisticado, aun dentro del tono sucinto que pide la música original; alguna versión anterior de ‘Orphée’ utiliza una estética y un concepto casi circense en el tratamiento escénico.
Nada de esto emplea Rafael R. Villalobos, el director de esta versión que se representa en los Teatros del Canal de Madrid hasta el día 25. ‘Orfeo’ no es un personaje puramente poético (el Jean Marais de la película y su secuela ‘El testamento de Orfeo’, de 1960), sino una estrella mediática del mundo cultural, quizás un escritor de la ‘gente guapa’, en la Nueva York de los años 90 en un universo donde han adquirido omnipresencia las televisiones y el medio audiovisual, en el que se hacen presentes contrastes como opulencia, poder, represión a través de la tecnología, ley y orden, nuevos mitos surgidos desde los medios de comunicación, triunfo económico y su expresión electrónica-mediática.
Para ello utiliza un escenario vacío, sin mobiliario ni ‘atrezzo’, donde se mueve una gran estructura con pantallas encendidas que se eleva o abate sobre las acciones, hasta aparecer como una especie de opresiva ‘cárcel’ que atrapa o una ‘liberación’, y con un final en el que permanece sólo una superficie encendida. Rafael R. Villalobos, que ya hizo en 2018 para el Real, ‘Marie’, de Germán Alonso, estrenada en el Teatro de la Abadía, está a punto de convertirse en un ‘regisseur’ de referencia mundial, y aquí lo demuestra: con el mínimo de elementos escénicos la base está puesta en una iluminación muy trabajada donde las siluetas de los personajes cobran toda expresividad, y recoge el trabajo vocal-actoral de un equipo entregado, lo mismo que de su director musical, Jordi Francés, que ha sabido dar cuerpo a esta partitura. Sin esa complicidad entre ellos resulta muy difícil que una producción de estas características, donde se carece de apoyaturas naturalistas, pueda salir adelante.
Villalobos se ha visto envuelto en la polémica en 2021 tras el abandono de Roberto Alagna de la producción ‘Tosca’ representada en La Monnai de Bruselas y en Montpellier, donde la acerca a un cruce de caminos con el mundo de Passolini. El ‘escándalo’ de este montaje que se va a ver pronto en el Liceo de Barcelonano es otra cosa que la presencia de tres desnudos que recuerdan ‘Saló’ (1975), sin que cause la menor provocación entre el público medio que ve teatro o cine, cuando además el concepto general de esa ‘Tosca’ nada tiene que ver con la experimentación. En este ‘Orphée’, Villalobos convierte a los cantantes en personajes coreográficos, lo que implica no sólo el dominio vocal, sino capacidad de expresión corporal y una buena condición física (pensemos en los trece fondos en paralelo en el suelo que ejecuta el protagonista, el norteamericano Edward Nelson como ‘Orfeo’, bien avanzada la representación y después de un gran esfuerzo físico, o la capacidad que demuestra María Rey-Joly no sólo por su excepcionalidad vocal para hacerse con una partitura tan peligrosa, sino por las altas exigencias corporales del personaje de ‘La Princesa’ que requieren una gran entrega y en donde ella está excepcional). Sin esa complicidad de los cantantes –donde también brillan Isabella Audí, o Mikel Aixalandabaso entre otros– habría sido difícil sacar adelante la producción, cantada en francés. Donde lo llamativo es que el recurso a la poética se produce en un escenario vacío sobre el que pende la estructura tecnológica que se desplaza, generando un contexto casi negro y mórbido con una interpretación del mito que evita tanto el romanticismo como el surrealismo.
“Con talento creativo, Rafael R. Villalobos, camino de convertirse en ‘regisseur’ estrella a nivel internacional, depura elementos para poner el peso en las iluminaciones y en el entusiasta trabajo del director musical y voces que se mueven con acciones coreográficas”
El Real enmarca este estreno en otras versiones del mito que se representarán esta temporada, como ‘Orfeo y Eurídice’ (Gluck) y ‘L’Orfeo’ de Monteverdi. Para los espectadores representa un reto: si se es capaz de entrar en ese desolado universo de apabullante tecnología y poder que se propone, las casi dos horas de un tirón de esta ópera de Glass se convierten en una experiencia inmersiva sobre un contenido musicalmente casi obsesivo y un tratamiento escénico bajo su aparente falta de elementos físicos de referencia de una enorme dificultad, con un director musical y orquesta tan entregados como quienes se suben al escenario. En estas condiciones, este ‘Orphée’ es una apuesta muy positiva, que refuerza la idea de que los teatros, y los de ópera o danza todavía más, deben ser puntos de encuentro entre las visiones más variadas; y que cada una de ellas debe tener su sitio en un repertorio múltiple y rico.
A la vez el Real enmarca los ‘Orfeo’ en un recuerdo al centenario de María Casares, actriz coruñesa, hija deCasares Quiroga, tras su exilio en Francia convertida en máxima referencia del teatro y del cine galo de posguerra, y pareja sentimental de Albert Camus. Una oportuna vinculación a quien protagonizó la película de Jean Cocteau.