Crónica Mundana / Manuel Espín
La atipicidad de las presidenciales americanas de este año no tiene paragón. Con un personaje caracterizado por la moderación y la ausencia de gritos como Biden lanzándose a la arena en Delaware para impedir que Trump se autoproclame ganador sin cuantificar la totalidad del voto por correo… Y Trump esgrimiendo su victoria y poniendo en entredicho la validez del voto no presencial. Todo en un ambiente enrarecido, con los medios enzarzados en un imprevisto ‘espectáculo’ de descalificaciones y golpes de efecto. Esta historia podría formar parte de una mala novela de ficción o de una serie televisiva de intriga en torno a la Casa Blanca, pero sucede en el peor momento de la historia del planeta en este siglo, con una situación sanitaria patas arriba en Norteamérica como consecuencia del Covid-19. Aunque una encuesta del martes electoral decía que a los americanos les preocupa la salud, la situación de su sistema sanitario aparece rezagada en sus prioridades. Esa ciudadanía se muestra satisfecha y orgullosa de su sistema político por encima de otras consideraciones.
“Increíble situación en el país más rico del mundo con dos candidatos a la gresca”
Más allá de esa versión idealizada hay realidades que causan sorpresa. Empezando por su peculiar recuento electoral, donde los votos de los Estados se obtienen a través de un colegio electoral que otorga todos a la lista más votada. Ese cálculo, propio de la época de la Independencia o del XIX chirría en la era de las telecomunicaciones y la informática, en el país pionero en ciencia e investigación. De esa manera, en las anteriores presidenciales Hillary Clinton perdió la presidencia sacando unos dos millones más de votos que Trump. En un sistema parlamentario-liberal-democrático cualquier distorsión del parecer del electorado merma la calidad del marco de representación y distorsiona, aunque sea levemente, la voluntad ciudadana.
A su vez, llama la atención que el recuento del voto por correo se ralentice hasta la exasperación. Con el peligro de las ‘tierras de nadie’, las dudas sobre un resultado, la credibilidad en torno a una magistratura que no es sólo de Estados Unidos, sino también del mundo occidental. El momento es muy delicado tras un verano donde junto al virus el protagonista fue el tema racial, al que en lugar de responder con instancias de pacificación, desde el Despacho Oval se lanzaron peligrosos mensajes incendiarios.
‘Fair play’
Este es el problema. Pedir paciencia como pidió Biden, “hasta contar todos los votos por correo, aunque tarden varios días” no tendría importancia si verbalmente se manifestara un ‘fair play’ o un juego elegante de candidatos rivales Pero no, la bravuconería, la altisonante descalificación o el adjetivo apocalíptico han estado presentes en la campaña, y, lo que parece peor, en el incierto posmartes sin un claro ganador. Pensemos que un ‘show’ como éste hubiera tenido lugar en una república de América del Sur, en un país africano o en la Europa del Mediterráneo, y lo que habrían escrito los medios norteamericanos. Mirarse en el espejo no está nunca de más, por muy elevados que estén los egos de cada uno.
“El aluvión de votos por correo no justifica el paso de tortuga de los recuentos”
Hay una cosa clara de los repartos del voto: la diferencia entre dos Américas marcadas. Una de los Estados del interior, con voto ultraconservador. Y otra, al Este y al Oeste más abierta, cosmopolita y liberal. Ese resultado, ya presente cuatro años atrás, se vuelve a repetir. También la enorme resonancia y acogida de los mensajes ultranacionalistas de extrema derecha entre la clase trabajadora de los Estados del centro. Una vez más aparecen realidades muy distintas. Una cosa es Nueva York o California, Wall Street, los partidarios del Tratado Internacional de Comercio, la preocupación por el cambio climático y el efecto invernadero, la igualdad de género, los grupos de derechos civiles y LGTBI… Y otra quienes habitan en el Medio Oeste, defienden una idea de Estados Unidos fortaleza hegemónica y bíceps de Occidente. Otros detalles saltan a la vista, como la fortaleza del voto republicano en Florida y la pervivencia sin erosión del poderoso ‘lobby’ anticastrista; y la seguridad en la reelección a la Cámara de Representantes por NY de Alexandria Ocasio-Cortez, que, salvando las distancias, representaría lo que Pablo Iglesias o Íñigo Errejón en el mapa político español.