Crónica Mundana / Manuel Espín ■
En los pasados días, Cristina Fernández de Kirchner, hija de inmigrantes españoles y alemanes, cumplía 70 años después de haber superado algún cáncer. Y con una causa abierta por supuesto «fraude en perjuicio de la administración pública en la asignación de obra en Santa Cruz» cuyo resultado determinará el futuro político de quien fuera esposa de presidente de la nación, ella misma presidenta entre 2007 y 2015, y ‘vice’ desde 2019 con Alberto Fernández como número 1 del dúo electoral. En estos cuatro años cada uno de ellos y sus partidarios han vivido a la luz pública roces y divergencias, aunque el tándem se mantendrá hasta el final del mandato.
“Se crea una comisión peronista para pedir a la actual ‘vice’ y antes presidenta que opte de nuevo a la primera magistratura en las presidenciales de finales de año”
Como es habitual en Argentina, las dos principales formaciones vienen a ser un conglomerado de partidos y fuerzas diversas. Cuatro años atrás, la marca era Frente de Todos impulsado por la propia Cristina, con el peronismo como motor principal. Un espacio diverso con tendencias marcadas y diferentes ‘familias’ o grupos, y ahora no va a ser menos. El pasado diciembre, contra el primer revés judicial, un sector del justicialismo se echó a la calle en manifestaciones. Ahora, una comisión quiere entrevistarse con Cristina para que reconsidere su inicial decisión de no volver a ser candidata, y su hijo Máximo aconseja que se reúnan con ella y le pidan que tome una decisión definitiva cuando antes, habida cuenta del 48,24% de votos con el que el equipo Fernández-Kirchner llegó a la presidencia hace cuatro años.
Ella es una figura tan aclamada por las bases peronistas y un sector de la ciudadanía como odiada por otros espacios. Su proyección pública y capacidad de comunicación siguen casi intactas pese al desgaste sufrido en los últimos tiempos. En caso de aceptar, su candidatura estará condicionada por el éxito o el fracaso de su apelación ante la condena de seis años de cárcel e inhabilitación total para el ejercicio de cualquier función pública. Sus partidarios establecen un paralelismo entre el proceso judicial que afronta y el ‘caso Lula da Silva’ que, tras pasar por prisión y ser absuelto, volvía a ganar la presidencia de Brasil.
Tras la distancia con la presidencia de Bolsonaro, hoy Argentina y Brasil mantienen relaciones privilegiadas con la mirada puesta en un futuro proyecto de moneda común como el euro a la que se adscribirían otras naciones de América del Sur.
La constante depreciación de su divisa nacional es uno de los quebraderos de cabeza de las administraciones argentinas, en constante zozobra. El disparo de la inflación anual distorsiona la totalidad del mercado económico y social. En los últimos años, la interanual ha sido del 47,6% (2018), 53,8% (2019), 36, 7% (2020), 50,9% (2021) y 94,8% (2022), la más alta desde que en 1991 se alcanzó el 84%. Con ese indicador, el peso sigue depreciándose y los salarios tienen que ser revisados cada tres meses, en un proceso de extrema inestabilidad en los precios, influenciados tanto por las consecuencias de la guerra de Ucrania como por los males tradicionales de la economía argentina. Resulta inconcebible en esta república hacer previsiones a corto plazo, y el interés que se paga en las cuentas lo es a muy corto plazo porque parece muy difícil pronosticar lo que pueda a ocurrir en una economía históricamente tan inflacionaria.
Ninguna de las dos alternativas de gobierno, la ultraliberal de Macri y la centrista-socialdemócrata de los Kirchner o Fernández, han logrado domar la inflación, en una sociedad que necesita establecer pactos para dar confianza a su divisa, reordenar y revisar el gasto público, a la vez que desarrollar acuerdos de renta y compromisos de mejora de productividad y donde la inflación hace aumentar el trabajo precario. Un país en el que la opción de centroizquierda favorece una mayor estabilidad sindical y sensibilidad social.
“La inflación argentina ascendió en 2022 a un 94,8%”
El pacto a todos los niveles debe ser un compromiso para los candidatos de las presidenciales, porque se necesitan acuerdos que den garantías de futuro, mejoren la productividad y las exportaciones, contribuyan a bajar el índice de inflación que nunca ha sido inferior a los dos dígitos, y la distribución de la renta alcance a las capas sociales menos favorecidas. Eso, en una de las mayores paradojas del planeta: un enorme territorio con toda clase de recursos incluidos los energéticos, privilegiado en la mayor parte de ellos, en la cabecera de la producción mundial de alimentos de primera necesidad, con una gran clase urbana, enorme talento creativo y capacidad de emprendimiento, pero donde sigue habiendo capas sociales con dificultades para cubrir sus mínimos vitales.