Crónica Mundana / Manuel Espín ■
El Mundial de Catar fue el más extraño en la historia de ese deporte/gran espectáculo. En su día causó perplejidad la manera de concederlo al país con mayor renta per cápita del planeta, pero cuyo déficit de derechos humanos es evidente, con el dilatado cruce de acusaciones sobre presuntos sobornos que han salpicado tanto a FIFA en la concesión como a instituciones en principio tan respetables como el Parlamento Europeo; donde tanto Catar como Marruecos aparecen acusados de generar un ‘lobby’ previo pago de sobornos. La entidad que representa al sector prefirió mirar hacia otro lado frente al compromiso de países como Alemania de permitir que jugadores de su selección pudieran voluntariamente llevar brazaletes o pulseras LGTBI o arcoiris, extremo en su momento prohibido por la autoridad futbolística mundial.
“A pesar de que un jugador sea sentenciado a muerte en Irán y un grupo de futbolistas de ese país hayan sido detenidos por una fiesta mixta de Año Nuevo, el sector apenas ha sido capaz de pronunciarse”
En las últimas semanas es evidente el hiriente silencio respecto a la sentencia de pena de muerte a la que ha sido condenado un jugador de Irán por participar en las manifestaciones contra la muerte de la joven Masha Amlori en una comisaria a la que fue conducida bajo el ‘gravísimo delito’ de pasear por la calle sin velo. En los últimos días nuevos temas polémicos arreciaron, como el recrudecimiento en la prohibición a las mujeres de acudir a partidos con jugadores masculinos, o la detención en las primeras horas de Año Nuevo de un grupo de futbolistas celebrando una fiesta en la que había mujeres, donde también se consumía alcohol.
El argumento que el organismo superior del fútbol ha defendido en más de una ocasión es el de un ‘apoliticismo’; que se cuartea y viene abajo cuando se contrasta con las realidades. En sus artículos 3 y 4 de su estatuto, FIFA establece nominalmente el compromiso de «respeto a los derechos humanos reconocidos por la comunidad internacional», a la vez que el rechazo a la discriminación de «raza, color de piel, etnia, género, discapacidad, lengua, religión, posicionamiento político, poder adquisitivo, lugar de nacimiento o procedencia, orientación sexual…». Como es habitual, la distancia entre los principios y su cumplimiento puede ser abismal.
Lo que chirría tras un Mundial tan complejo, atípico y contestado es que tampoco se fuera capaz de hacer autocrítica, y no se escucharan voces de jugadores o responsables de selecciones sobre las circunstancias que lo rodearon. Tampoco se ha oído expresión de rechazo más allá de los medios de comunicación sobre la condena a la pena capital a un jugador iraní por ir contra el rigorismo islámico de sus clérigos-dirigentes.
Sin embargo, FIFA actuó con velocidad en la negativa a que Rusia participe en torneos de fútbol internacional como respuesta a la invasión y guerra en Ucrania. Aunque se mostró tibia en los días previos al Mundial contemporizando con los ricos financiadores del evento, bajo el pretexto de ‘evitar tensiones’ y sostener el ‘apolicitismo’ de la Federación. La realidad: se vuelven a confundir los términos, y no sólo en el fútbol. El carácter ‘apartidista’ de las instituciones no es impedimento para adoptar un firme compromiso en defensa de los derechos humanos, tal y como están reconocidos por Naciones Unidas. Defender la igualdad no es ideología, sino promoción de la dignidad humana y la libertad.
El asunto atañe a FIFA y al resto de las administraciones deportivas, fundamentalmente el fútbol por su impacto en la esfera mundial. Estos días volvían a escucharse insultos racistas contra un jugador del Real Madrid (Vinicius) por parte de quienes se amparan en el anonimato de la masa para lanzar insultos xenófobos o discriminatorios.
“Los estatutos de FIFA dicen defender los derechos humanos y rechazar la discriminación; pero una cosa es la normativa y otra su exigencia”
La no tolerancia respecto a cualquier actuación que niegue derechos no afecta sólo a sus gestores deportivos, sino a los clubes cuya tolerancia respecto a las ‘barras’ o hinchadas debe ser ‘cero’ por muy pegadas que estén a los equipos. Por mucho que sea el entusiasmo por unos colores, las expresiones de la parte más exaltada son una amenaza para las libertades y la conveniencia, como ocurre con los actos violentos de la hinchada de partidos de ‘alta tensión’, o el nada edificante espectáculo de radicales en la recepción del pasado diciembre en Buenos Aires a los ganadores de la Copa del Mundo.
La comunidad internacional sigue esperando algún tipo de autocrítica respecto a las condiciones en las que se produjo Catar, de la misma manera que la expresión de un mayor compromiso de jugadores y quienes representan al sector en la desactivación de la expresiones de violencia, incitación al odio y la discriminación que anidan entre ciertas gradas, y se repiten con más frecuencia de la debida. Los insultos no sólo van a dirigidos contra los que reciben de forma directa expresiones de odio, sino contra la totalidad de la ciudadanía; yson inadmisibles en una sociedad democrática.