Crónica Mundana / Manuel Espín
Todo lo que se pueda decir del régimen de Bielorrusia está practicamente dicho: una dictadura personalista (Lukashenko), lejos de cualquier parámetro democrático que se mantiene gracias al apoyo de Putin y de la Federación Rusa, su aliado natural. En un Estado interior empotrado entre Rusia y la UE sin posibilidad de salir de su aislamiento por la naturaleza de su rancia dictadura. Bruselas lo ha venido sancionando por actuaciones impropias de un país civilizado. Ahora habrá más por la utilización de los refugiados de Oriente Próximo y África como arma frente a la UE, y más directamente contra Polonia. Desde hace semanas, Bielorrusia presiona en la frontera polaca con miles de refugiados iraquíes, sirios, afganos y de otras procedencias. Lo que ha obligado a Polonia a desarrollar un importante desplazamiento de fuerzas militares para defender sus fronteras, que también son de la UE.
“Crisis en la frontera con Polonia y tensión entre la UE y Rusia”
Lukashenko es oportunista y carece de principios, pero conoce que Polonia junto a Hungría y algún otro estado de la UE que en su día formaron parte del Pacto de Varsovia rechazan de forma radical a inmigrantes y refugiados, un asunto verdaderamente tabú para gobiernos que han dejado asomar discursos cercanos a la xenofobia. El salto de refugiados procedentes de Bielorrusia y su entrada ilegal en Polonia enerva a su Ejecutivo en un aumento creciente de la tensión con su vecino extracomunitario.
Aunque la protección de Putin sobre Lukashenko no le garantiza su inmunidad cuando entran en juego intereses económicos estratégicos de la Federación Rusa. A las amenazas de la UE por utilizar a los refugiados como moneda de cambio contra Polonia, el dictador deja entrever la posibilidad de suspender el transito por el gasoducto que cruza por su territorio y que lleva combustible procedente de Rusia hacia el corazón de Europa. Entre los afectados por una suspensión de los envíos estaría Alemania. Putin para los pies a su aliado porque se trafica con la exportación de gas hacia Europa y no tolerará que se frivolice con este asunto.
A miles de kilómetros de distancia, las principales capitales europeas se enfrentan a una situación inédita de creciente dependencia de fuentes energéticas convencionales, con las amenazas de interrupción de suministros de gas ruso y argelino (tras la crisis entre Argel y Rabat). El miedo al desabastecimiento hace que un tema tabú como la energía nuclear vuelva a ser contemplado, mientras las alternativas energéticas limpias todavía son incapaces de asegurar los suministros a las grandes potencias industriales.
La crisis Bielorrusia-Polonia, que ya ha costado una decena de muertos, aunque representa un grave riesgo para Europa y una escalada de tensión para Varsovia, de forma indirecta representa un alivio para el gobierno ultraderechista de este socio de la UE. Cuando Bruselas viene anunciando sanciones contra el Ejecutivo polaco por no respetar la división de poderes ni aceptar la supremacía de la legislación comunitaria, con el riesgo de bloqueo de los fondos post-Covid, parece seguro que ninguna de esas medidas se aplicarán mientras Polonia tenga que soportar la intensa presión y el chantaje de una dictadura tan impresentable como la de Lukashenko.
“Sin embargo, la situación beneficia indirectamente a Varsovia: Bruselas tendrá que apoyarla pese a las reticencias que despierta su Gobierno”
Todavía más: desde hace meses, el Gobierno polaco desarrolla un programa de rearme militar e inversión en contenidos de defensa con grandes inversiones, no siempre bien vistas por la oposición democrática al gobierno de Ley y Justicia. Pero que ahora tendrán que ser aceptadas ante el fuerte peso contra las fronteras de Polonia y el riesgo que supone tener como vecino a un dictador al que no le importa el respeto a las normas internacionales. De esta manera, el paso dado contra su vecino por Lukashenko es un reto para Bruselas. Tendrá que apostar sin ninguna clase de reticencia por la defensa de las fronteras de la UE, aunque ello suponga tragarse varios sapos en las relaciones con Polonia; un socio tan incómodo como la Hungría de Orban, pero a quien está obligado a seguir apoyando mientras persista la política agresiva de su incómodo y correoso país vecino regido por un dictador sin antifaz.