Crónica Mundana / Manuel Espín
La Federación Rusa es un país importantísimo y sus relaciones con Europa fundamentales, pero el goteo de noticias de los últimos días parece recordar lejanos ecos de la Guerra Fría: expulsión de diplomáticos por República Checa, manifiesto de personajes del mundo de la cultura por las condiciones del encarcelamiento de Navalny, petición de los 27 para que sea atendido por un médico de su confianza, huelga de hambre de disidente, quejas sobre tratamiento a opositores….Titulares que parecen sacados de los peores episodios de los años 50 o los 60. Bajo la permanente sombra de sospecha sobre las acciones exteriores de Putin.
“Los 27 piden asistencia médica de un profesional de su confianza para atender al disidente”
Biden días atrás hablaba con el nº1 de Rusia por vía telemática tras la elaboración por el Tesoro norteamericano de una ‘lista negra’ de tecnológicas que intentaron injerirse en las presidenciales de 2020 como ya lo hicieron en las de 2016, defendiendo la necesidad de unas “relaciones estables” y sin desconfianzas. Está por demostrar con datos concretos la manera cómo empresas de ese país supuestamente vinculadas al poder actúan o influyen en el resto del mundo en procesos directamente políticos, en lo que constituiría una diplomacia paralela o la antidiplomacia de las interferencias.
Ahora se vuelven a tensionar las relaciones UE-Rusia tras la petición de los 27 para que el opositor Navalny sea atendido en su cautiverio por un médico de su confianza. La acusación de supuesto envenenamiento que levantó tantas sospechas sobre la ‘mano invisible’ que pudo ejecutarlo, ya quebró la confianza entre Alemania (Merkel) y el todopoderoso presidente ruso. Y tras el regreso de Navalny a su país el riesgo se intensifica tras su detención y cumplimiento de pena.
Llama la atención que Moscú hable de una “campaña exterior”, cuando en realidad Navalny, aun condenado por un tribunal por supuesto fraude e incumplimiento de condena, se convierte en un preso de conciencia; lo que debería llevar a la administración Putin a actuar con una mayor sutileza y sensibilidad, permitiendo las demandas del opositor en huelga de hambre y cuya vida, según ciertas informaciones, podría pender de un hilo.
No puede ignorarse que el crítico de Putin logró un 27,24% de sufragios cuando se presentó a la Alcaldía de Moscú. Y que representa una perspectiva diferenciada del discurso casi único caracterizado por el nacionalismo de Putin y su conglomerado político-económico, y su dominio arrollador de los medios de comunicación. Ante una realidad que nos remite a otras situaciones: la existencia de partidos políticos no justifica que una sociedad sea plenamente democrática si no se dan unas condiciones adecuadas para defender distintas tendencias, y se dispone de unos medios que ejerzan su trabajo bajo una perspectiva profesional, no mediatizada.
Navalny, cuya ideología es compleja en un Estado donde hay que interpretar los posicionamientos en clave local y muy matizada, viene denunciando desde hace tiempo a través de medios, artículos y vídeos en las redes sociales, la corrupción en distintos estratos de poder, sin que se haya producido una reacción de una sociedad maniatada e incapaz de reaccionar ante esas denuncias. A la vez, Navalny es contemplado desde Europa Occidental como el único político del país que se atreve a denunciar la política homofóbica de la administración rusa, y reclama el matrimonio gay.
Putin no ha sido capaz de disipar las sombras sobre su personalista manera de ejercer el poder, con episodios como Ucrania, o las repetidas acusaciones sobre las interferencias informáticas desde ese país hacia otros Estados soberanos. Como ahora ocurre con la “intensa preocupación” europea sobre la atención médica a Navalny.
“Biden habla telemáticamente con Putin pero elabora ‘lista negra’ de empresas tecnológicas que pretendidamente interfirieron las elecciones presidenciales”
Europa y Estados Unidos necesitan unas relaciones fluidas con Rusia por su importante papel en la órbita mundial; que no pueden estar sometidas a tantas dudas sin respuestas ni explicaciones convincentes. Bajo una situación distinta a la de la actual ‘montaña rusa’ de tensiones. Habida cuenta de la importancia de los vínculos culturales, comerciales y tecnológicos con aquel Estado, a Putin debería preocuparle que en el índice de percepción sobre el fenómeno de la corrupción aparezca en el 138 lugar entre 180 países. Querer mantener el estatus de superpotencia obliga a actuar contra las causas y no contra el supuesto mensajero que las denuncia, aunque éste no sea grato a su administración.
En último extremo, Navalny se está convirtiendo en un test para el país ante el resto del mundo, y Rusia debería mostrarse absolutamente transparente.