Cultura & Audiovisual / Equipo Lux ■
El enorme cofre sin fondo de las obras líricas españolas necesitadas de una nueva vida tenía una gran oportunidad con ‘Don Gil de Alcalá’ compuesta y escrita por Manuel Penella que consideraba la mejor obra de su carrera, estrenada en 1932 en el Teatro Novedades de Barcelona y en 1933 en La Zarzuela de Madrid, que ahora acoge esta producción del Teatro Lírico Español de Oviedo donde se representó en 2017. La obra, totalmente cantada, tiene una particularidad: la rotunda presencia de la cuerda, y por lo tanto de un peculiar matiz en la orquestación que resuelve bien el director musical Lucas Macías en su primera producción en este teatro; un debut afortunado, sabe extraer la expresividad, gracia de matices, o fina ironía de una partitura que formalmente es una ópera, pero temáticamente tiene bastante de zarzuela y de opereta, y que en su día pudo ser también una ópera de cámara.
También es peculiar que fuera el propio músico quien escribiera el libreto, todo lo ‘menor’ que se quiera y con un juego de comedia amable, pero no convencional ni cursi. En el México colonial del XVIII un huérfana adoptada por el gobernador está enamorada de un supuesto caballero español, que simula un falso ataque de unos bandidos para llegar a ella, hasta el desenlace final en el que también se arma otro cuento hasta que todo sale como se preveía. En 1938 se rodó en México una versión para el cine protagonizada por José Mogica, tenor enormemente popular en su tiempo que acabó de sacerdote.
Desde el punto de vista de la partitura musical, ‘Don Gil de Alcalá’ se puede decir que es brillante, diversa, en los más variados tonos del repertorio, desde el canto coral de unas muchachas con monjas, a la exaltación del vino de Jerez, pasando por la romanza, la pavana o los duetos donde se juega con distintas claves, de la farsa o la comedia al amor desatado. Por sí misma esa partitura posee fuerza y capacidad de brillar en versión de concierto. De la mano de Emilio Sagi, director escénico, se convierte en otra cosa: una ópera-comedia de gran elegancia formal, extrema depuración de elementos, donde nada falta ni sobra, con un diseño general de la producción de gran belleza.

Sagi ha aplicado la misma receta en varios de sus últimos montajes de la mano del director artístico y escenógrafo Daniel Bianco, como en ‘Il Pirata’ de Bellini vista en el Real en 2019: depuración en el concepto estético fuera de cualquier realismo historicista, pero sin apartarse de la época, la identidad y rechazando el anacronismo. El trabajo del director de escena se aprecia en pequeños detalles hasta en el último de los personajes que pisa el escenario, incluidos los bailarines o quienes actúan en el coro que dirige Antonio Fauró. Emilio Sagi ha entendido lo que pedía esta obra que no es ñoña ni se ha quedado casposa como otros libretos, pero que tampoco tiene vocación transgresora. Ese contenido está bien trazado sabiendo que se cuenta con una partitura excelente y un argumento sin pretensiones que no es deficiente desde la perspectiva de la construcción teatral. El punto está en dar vida a esa historia, lejos de las referencias costumbristas y, a través de una depuración de los componentes, aportar un envoltorio elegante pero no amanerado ni estereotipado.
A través de un decorado que con una base única gana en versatilidad para componer diversos espacios, sólo con elementos añadidos como las arañas que caen desde el techo y especialmente con el gran trabajo del iluminador Eduardo Bravo, que con cambios de luz transforma totalmente el espacio escénico en función de las situaciones, por ejemplo en la lateral horizontal que potencia las sombras. Queda una imagen de tonalidades crema y blanco aportada por la base de esa iluminación que da prestancia a un diseño de vestuario de Pepa Ojanguren donde no hay tonos de colores estridentes, sino una estilizada interpretación libre del XVIII con un acierto en la creación de los personajes, de los protagonistas al coro, siempre con el crema y el blanco como motivo. Un tono que también aparece en el telón traslúcido que separa actos, sobre un mapa francés de la época. La coreografía de Nuria Castejón se adivina detrás de los movimientos, especialmente en la pavana, sin que tenga por qué haber un número de ballet rompiendo la situación; expresión de danza que está detrás de situaciones como las acciones de los bailarines-camareros.
La dirección de Emilio Sagi capta el sentido fresco de un argumento carente de pretenciosidad
Una de las impresiones positivas de esta producción es el juego vocal de los cantantes que destaca no sólo en los números de solistas o en los duetos, sino en los diálogos corales a cinco o más voces y tonos distintos, que logran empastar muy bien, con gran trabajo vocal, en lo que constituye un acierto de la mano de un amplio reparto generando complicidad con el público. Celso Albelo que combina ‘Don Gil’ con José Luis Sola en otras representaciones, tiene una esplendida voz y brilla más como cantante que como actor, y Sabina Puértolas como ‘Niña Estrella’ (mientras Lidia Vinyes-Curtis lo hace en el segundo reparto) destaca en el personaje. Pero por lo inesperado es digno de destacar la aportación del resto del reparto muy bien en su conjunto y demostrando entre ellos una buena ‘química’. El papel cómico de ‘Chamaco’ da oportunidad de llevarse al público en el bolsillo como hace Carlos Cosias (en el segundo ‘cast’, Facundo Muñoz), Manel Esteve está muy suelto en ‘Don Diego’ (otros días representado por Elcomar Cuello) aunque su acento esté un tanto forzado , con ‘Maya’ (Carol García y Lidia Vinyes-Curtis), ‘Virrey’ (Pablo López y Simón Orfila), ‘Madre Abadesa’ (María José Suárez), ‘Padre Magistral’ (David Sánchez, un gran barítono), ‘Maestro de Ceremonias’ (Ricardo Muñiz), Miguel Sola (Gobernador), ‘Sargento Carrasquilla’ (Simón Orfila), ‘Lucía’ (Paula Alonso) y ‘Rosita’ (Rosa Mª Gutiérrez), completando el resto de los cometidos.
A diferencia de otras producciones de este teatro en las últimas temporadas que despertaron encendidas polémicas entre quienes apenas admiten cambios en los tratamientos teatrales y los partidarios de mayor audacia e innovación, con ‘Don Gil de Alcalá’ se produce una reconciliación entre diferentes modos de entender la representación teatral de la lírica española, conciliando la reconciliación gracias al toque de elegancia y depuración que aporta esta función dirigida por Emilio Sagi.