Crónica Mundana / Manuel Espín
No se debe frivolizar respecto a un desenlace militar o una escalada de fuerza en la crisis de Ucrania que conduzca a Europa (y al mundo) a una situación irreversible trasplantada de los años de la Guerra Fría. Mientras cancillerías occidentales, especialmente Reino Unido, especulan sobre la inminente invasión rusa, Moscú la desmiente. Los términos son difíciles de conciliar: ¿a qué llamamos invasión? La UE como institución (excepto algunos gobiernos o partidos de esos Estados) evita la dramatización y quiere salir al paso de la escalada militar, agotando todas las vías de negociación antes de adoptar represalias, que para Bruselas serían de forma primordial de índole comercial y económico.
“La UE quiere apurar al máximo la vía del diálogo mientras Biden genera dramatismo pidiendo la retirada del personal de su embajada en Kiev”
Es perceptible esa diferencia de posiciones y de tratamientos respecto a la crisis: Europa es sumamente cautelosa para evitar agrandar la brecha todavía más. Porque la Federación Rusa es fronteriza con el bloque, tiene un importantísimo contingente militar y armas atómicas, y especialmente porque los intercambios comerciales y energéticos son fundamentales para un lado y otro. Una crisis militar sin llegar a una guerra que sería verdaderamente catastrófica especialmente para Europa tendría una primera consecuencia gravísima: la subida del precio del gas y del petróleo a la estratosfera. Las especulaciones de ciertos medios periodísticos (y políticos interesados) sobre negociaciones con países del Golfo y norte de África para el suministro alternativo de gas y petróleo a Europa significaría de confirmarse un terremoto para la economía europea. No podemos olvidar que cada crisis en la que se ha visto envuelta la sospecha de una interrupción de suministros energéticos se ha producido un alza espectacular en los precios y un gravísimo daño económico. Especular con el supuesto de esa eventualidad de suministro alternativo es jugar con fuego y pólvora. De la misma manera que ciertas cancillerías como la de Reino Unido maximalizan la crisis de Ucrania, a sabiendas de que un rápido conflicto y la tensión internacional serían capaces de difuminar como cortina de humo los graves fantasmas que persiguen al ‘frívolo’ Boris Johnson y lo amenazan con ponerle de patitas del 10 de Downing Street.
Entonces, ¿qué medida cabe adoptar? En primer lugar la respuesta en clave europea, apurando la negociación entre la diplomacia de la UE y la de la Federación Rusa. Y no tanto dejando la crisis en manos de la Alianza Atlántica. A Moscú le preocupa que el avance de la OTAN con la inclusión de socios que antes pertenecieron al Pacto de Varsovia se convierta en una presión directa contra el intento de recobrar elementos del pasado imperial que Putin auspicia. La crisis no se resolverá con la segregación de una parte de Ucrania para crear una república afín a Moscú o a Occidente, ni con la generación de un gobierno títere a una de las dos áreas geopolíticas, sino con un Estado abierto tanto a Occidente como a la Federación Rusa, con excelentes relaciones culturales y económicas en ambas direcciones, sin que Ucrania deba ingresar hipotéticamente en la OTAN, lo que sería considerado un verdadero ‘casus belli’ y una provocación por Putin. Ucrania podría tener un acuerdo comercial con la UE lo mismo que con el mercado euroasiático inspirado por Moscú, sin necesidad de integrarse en el ‘club’ europeo como un socio más de Bruselas.
El precedente de la toma y segregación de Crimea no es un buen precedente desde luego, como tampoco lo sería una intervención militar de Moscú. Pero hay que andar con pies de plomo, especialmente la UE, porque se juega todo, frente a la posición de Biden y de Estados Unidos para los que la oportunidad cree dar derecho a intentar recobrar un liderazgo cada vez más cuestionado. La situación tensa hasta el extremo las relaciones internacionales con un elevadísimo riesgo para una Europa que se asoma al abismo, aunque sólo sea el económico. La vía de Bruselas (Borrell) agotando todas las posibilidades de la negociación es la única razonable frente a la de los potenciales ‘halcones’ de algunos partidos que confunden la crisis de Ucrania con la de Irak y son capaces de cometer los mismos o peores errores en los gratuitos delirios de euforia nacionalista.
“Rusia no tiene derecho a invadir militarmente Ucrania pero se debe evitar que la Federación se sienta amenazada en un incierto resurgir de la Guerra Fría bajo la expansión de la OTAN”
Bruselas y las cancillerías europeas tienen un argumento en sus manos, dando seguridad a Moscú de que la OTAN no pasará de la antigua alianza anticomunista de la Guerra Fría a la antirrusa. Pero a la vez haciendo asumir a la Federación unas reglas de juego en una estrategia donde la política de hechos consumados, y mucho menos los militares, no debe tener cabida y el respeto es esencial para la convivencia en un mundo interdependiente. Esto ha de hacerse valer en todos los sentidos, y no sólo en el creciente intervencionismo de Moscú, vía telemática, en la política interior de países lejanos, sino también en el marcaje entre bloques, lamentable secuencia del tiempo de la Guerra Fría que ha logrado pervivir en nuestros días y que sigue cuestionando las relaciones entre países llamados a eliminar telones, reducir la importancia y el peso de las fronteras. Con especial atención a los nacionalismos en las más diversas direcciones, del secesionista al centralista que tanto mal han generado en la historia reciente.