Nuestro mundo globalizado —aunque el globo haya empezado a desinflarse— presta más atención estas navidades a las cuentas adultas que a los cuentos infantiles. España no es la excepción. Cálculos para desbancar del poder al contrario político. Cómputos para pagar la factura de la luz, sin renunciar al consumismo. Miles de millones de euros presupuestados para cruzar 2023 sin mayores daños…
Según la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, los presupuestos son el ‘antídoto contra la desigualdad’. El líder conservador Alberto Núñez Feijoo prefiere calificarlos de ‘técnicamente insolventes y políticamente indecentes’. Dos varas de medir. O, más bien, dos varas para zurrar al contrario día tras día.
El sistema ha comenzado a reaccionar. Más pronto que tarde el mercado se inundará de nuevo con semiconductores
De los cuentos a las cuentas. El avariento Ebenezer Scrooge sería —en versión 4.0 del relato escrito por Charles Dickens—, el presidente de un fondo buitre dedicado a desalojar de sus viviendas a las familias humildes. Que dejara de hacerlo no se debería a su conversión a la filantropía, sino a que los jueces se abstuvieran de maniobrar para acceder a las poltronas y se centraran en su trabajo.
Superada de momento la pandemia y olvidado el oscuro confinamiento, se iluminan las zonas comerciales en las grandes ciudades. Un año más, Abel Caballero compite con Anne Hidalgo, su homóloga alcalde y socialista. Un derroche de luces led multicolores. Vigo contra París. ‘A cidade da luz’ versus ‘La ville lumière’. Saldrán ganando, como siempre, las cuentas de los oligopolios energéticos.
El resplandor navideño se ensombrece con la carestía de los semiconductores, imprescindibles en el alumbrado de las calles, y también para el funcionamiento de las nuevas tecnologías. Desde los automóviles y los transportes públicos, a la informática y a los electrodomésticos. Esos materiales son el sustento de los microchips, cuya escasez podría conducir al Gran Apagón.
No sucederá tal avería. El sistema ha comenzado a reaccionar. Más pronto que tarde el mercado se inundará de nuevo con semiconductores. Hasta España sale de su letargo tecnológico. No esperemos que se supere la imprecación de Miguel de Unamuno: ‘¡que inventen ellos!’, porque los fabricantes seguirán siendo tan orientales como la coreana Samsung, si acepta instalarse en nuestro país con todas las ayudas oficiales.
Jaume Martorell, con su rimbombante cargo de comisionado para el Proyecto Estratégico para la Recuperación y Transformación Económica (Perte) de Microelectrónica y Semiconductores, sabe bien de qué va el invento. El Gobierno ha puesto a su disposición 12.250 millones de euros de los Fondos Next Generation, hasta 2027. De ellos, 1.150 millones se desembolsarán en 2023. Unos 350 millones irán a empresas, sociedades privadas y comunidades autónomas. El reparto del pastel se antoja conflictivo.
Martorell ha gozado y sufrido la suerte de los pioneros que se anticipan a sus tiempos. Vivió en directo el auge de Silicon Valley, donde puso en marcha una empresa de semiconductores. En 1987 propició la instalación de la multinacional estadounidense AT&T Electronics, fabricante de microchips, en el por entonces desértico polígono de Tres Cantos en Madrid. Inauguraron los hoy distanciados Juan Carlos I y Sofía de Grecia, con la presencia del hoy defenestrado Joaquín Leguina, a la sazón presidente de la Comunidad de Madrid.
Las incertidumbres, entre la luz y la oscuridad, se disiparían si Volodimir Zelensky y Vladimir Putin se reunieran a cenar en el Kremlin antes de que termine el año
La que pudiera haber sido una empresa puntera, se hundió por falta de inversiones. La compró British Petroleum, que a su vez fracasó en la fabricación de paneles solares. Hoy es un enorme descampado con edificios fantasmales.
Las incertidumbres, entre la luz y la oscuridad, se disiparían si Volodimir Zelensky y Vladimir Putin se reunieran a cenar en el Kremlin antes de que termine el año —el palacio presidencial Mariyinsky en Kiev está para pocas fiestas—. Un judío tibio, el ucraniano, y un cristiano ortodoxo, el ruso compartirían platos tradicionales como el ganso al horno o el cerdo relleno, libres del letal polonio-210. Brindarían con vodka y el resto del mundo contemplaría la ‘luz al final del túnel’.
Como curiosidad, esa visión esperanzadora fue definida por Vladimir Negovsky, un científico y académico de la vieja Unión Soviética, para explicar la experiencia de quienes habían estado a punto de morir, pero fueron resucitados con sus técnicas de reanimación.
Que los dioses nos iluminen.