Tengo un amigo que se ha leído y visto, respectivamente, todas las novelas y películas sobre agentes secretos que podamos imaginar. Nadie mejor que él para calmar mis obsesiones conspiranoicas, desde que se publicaron las noticias sobre espionaje en los móviles. Ése que ha violado presuntamente la intimidad de destacados líderes del independentismo catalán. Y también los smartphones de Pedro Sánchez y de Margarita Robles, en un toma y daca de alta tecnología.
Nos citamos en el bar donde, una vez a la semana, compartimos mesa con otros contertulios para debatir los temas de actualidad y, si es preciso, plantear soluciones tajantes a los principales problemas político-sociales. Lo mismo que hacen los tertulianos audiovisuales. Con dos diferencias, no cobramos un euro y consumimos alcohol en lugar de agua mineral, pero a nuestra costa.
“Tanto Fleming como Le Carré trabajaron para la inteligencia británica. Vázquez lo hizo para los tebeos de editorial Bruguera”
En esta reunión restringida a nosotros dos hemos adoptado precauciones de manual. Ocupamos un espacio en el sótano del establecimiento, inaccesible a cualquier control por falta de cobertura. También nos hemos puesto las mascarillas, evitando que cualquier cámara camuflada en el recinto traduzca el movimiento de nuestros labios.
Mi amigo abre el encuentro con un despliegue de erudición.
—Existen tres perfiles de espías en la ficción. El primero es James Bond, personaje de Ian Fleming, asesino implacable, atractivo, ligón y cosmopolita. El segundo, George Smiley, creado por John Le Carré, burócrata anodino, con sobrepeso, culto y sadomasoquista. Por último, Anacleto, agente secreto, personaje cómico inventado por Manuel Vázquez. Tanto Fleming como Le Carré trabajaron para la inteligencia británica. Vázquez lo hizo para los tebeos de editorial Bruguera.
—¿A cuál de esos prototipos corresponden los agentes del Centro Nacional de Inteligencia? —pregunto.
—Hay quienes opinan que, como buenos españoles, se identifican sobre todo con Anacleto. Me refiero a periodistas sarcásticos sobre la calidad de nuestras instituciones. Por lo que sabemos sobre el CNI y sus estructuras, se trata más bien de una pirámide con altos funcionarios, funcionarios intermedios, empleados precarios, e incluso becarios, dedicados durante jornadas interminables a descifrar lo que contienen cantidad de teléfonos móviles, auxiliados por un tropel de analistas informáticos. No identifico a una señorona tan de orden como Paz Esteban dirigiendo a un ejército de licenciados para matar, en versión 007.
No acaba de apaciguarme. Saco el móvil de mi bolsillo y abro una página de Amnistía Internacional.
—Aquí se contienen datos terroríficos. Te leo un párrafo sobre Estados Unidos: ‘La GCHQ (Cuartel General de Comunicaciones del Gobierno) y la NSA (Agencia de Seguridad Nacional) hackearon la mayor base de datos de tarjetas SIM del mundo, lo que les permitió espiar en secreto llamadas de voz y datos de miles de millones de teléfonos móviles’. O sea, que los norteamericanos vigilan cuanto chateamos y miramos en el día a día.
—Pelín exagerados los de Amnistía —me replica el experto—. ¡Miles de millones! En 2021 somos 7.400 millones quienes habitamos el mundo. Nos repartimos 7.700 millones de contratos con las operadoras. ¿Cómo se digiere todo eso? Y, no te des por ofendidito, ¿qué le importan a Joe Biden tus charlas insustanciales, tus mensajes tontorrones, tus pedidos a Amazon o tus visitas a páginas porno?
—No mucho, la verdad —reconozco, con complejo de mindundi global.
—Lo peor —añade— es que les importen a Jeff Bezos o a Marck Zuckerbeg, para bombardear tus soportes informáticos con incitaciones al consumo. Eso sí que es ciberespionaje. Y lo asumimos como borregos.
Me ha convencido.
—Tienes razón, mi tarjeta de crédito ha colapsado este mes.
Paladea su triunfo.
—Así que deja a los miembros de la Comisión de Secretos Oficiales del Congreso por PSOE, PP, Vox, Podemos, ERC, Ciudadanos, PNV, Bildu y CUP, que te representen como parte que eres del pueblo soberano.
“¿Qué le importan a Joe Biden tus charlas insustanciales, tus mensajes tontorrones, tus pedidos a Amazon o tus visitas a páginas porno?”
—Ya, con la obligación de guardar secreto.
—Sí, pero como los jefes de los espías saben que lo van a largar en cuanto salgan a la calle, para darse importancia, les cuentan una película.
—Nunca conoceremos lo que sucede en las alcantarillas del Poder —lamento.
—Será porque quieres. Con un préstamo de seis millones de euros, y sabiendo los teléfonos de los mandamases, te agencias un programa Pegasus y no tendrás tiempo de aburrirte. Luego subastas tus pesquisas entre los medios digitales, y te las piras a un paraíso fiscal sin acuerdo de extradición.