Manuel Espín
Viktor Orban llegó en 2010 al puesto de primer ministro con Fidesz (asociado hasta principios de este año al Partido Popular Europeo, salida que representó un alivio para algunos conservadores). Lo que no impidió que obtuviera altos porcentajes de voto en los comicios, mucho más desde la reforma de los distritos electorales, remodelados a la medida de su partido. Se autoproclama “liberal y libertario”, pero su identidad es ultranacionalista de extrema derecha, con la mirada puesta en los modelos de Putin y Erdogan, bajo sistemas parlamentarios y estilos autocráticos de ejercicio del poder, aunque respetando formas exteriores liberales. Las críticas de los representantes de la mayor parte de los Estados europeos más relevantes superan el tema LGTBI. En tiempos anteriores, los problemas de los medios críticos con su gobierno se hicieron visibles, con una omnipresencia casi caudillesca en radios y televisiones. Asuntos como el cierre de la Universidad Centroeuropea, financiada por el millonario Soros, ‘bestia negra’ para el primer ministro húngaro y la ultraderecha, o los problemas para la actuación de las ONGs extranjeras en el país, forman parte de esa antología de desplantes a la esencia de la UE.
“El proyecto de Orban parece incompatible con el modelo europeo, no sólo en materia de libertades o derechos, sino también en las formas de gobernar”
Ahora se defiende de las críticas de la UE, y de la carta de 16 altos responsables de otros tantos estados de la UE (a excepción de Polonia, Rumanía, Croacia, Chequia, Eslovaquia y Eslovenia), que sin referirse en concreto a Budapest ni a su primer ministro critican las ‘amenazas’ contra derechos fundamentales y la discriminación LGTBI. Orban utiliza el argumento de quienes se manifiestan “contra el matrimonio gay” a la vez que dicen “tener amigos homosexuales”, y afirma que su legislación ha sido “malinterpretada”. Pero no sólo veta hablar en centros educativos de temas LGTBI (con el problema de acoso y ‘bulling’ a estudiantes de esa identidad), sino que tampoco se pueden hacer referencias en la televisión, de la misma manera que en la reforma de la Constitución se incluyó el “matrimonio entre hombre y mujer” como exclusivo, así como normas para que los ‘trans’ no puedan cambiar su nombre, o el veto a la adopción de niños por gays. Y lo peor: la identificación de este colectivo con la pederastia. Orban dice que «la educación (sexual) de los niños debe realizarse en casa».
El ‘caso Orban’ centró la última cumbre comunitaria, con posiciones muy duras de Rutte, primer ministro liberal –en este caso de verdad y no sólo de nombre– de Países Bajos, que le ha invitado a “dejar la UE” en aplicación del artículo 50 del Tratado de la Unión si no está dispuesto a eliminar esa legislación anti-LGTBI. Pero éste es un camino con poco recorrido: Hungría depende de Europa Occidental en lo económico, y el 95% de su turismo es de esa procedencia, y en ningún caso parece dispuesto a seguir el sendero de Reino Unido. ¿Duras sanciones? También la cuestión es problemática, por los mecanismos de unanimidad que exige la UE, imposibles de conseguir cuando tendrá a su lado a otros (pocos) Estados que en su día también pertenecieron al Pacto de Varsovia y hoy gobernados por ultranacionalistas de derecha radical, como ocurre con Polonia. La situación pone en evidencia las prisas por la ampliación hacia el Este y la entrada en el ‘club europeo’ de Estados donde apenas se había dado tiempo a la penetración de los valores democráticos.
“La UE no puede echar a Hungría porque no cuenta con unanimidad, y el país depende de Europa, pero una fuerte presión exterior puede hacer que cambie de actitud”
Así, la UE se enfrenta a una situación complicada: la política de libertades y derechos humanos es consustancial a Europa, que es más que un mercado común, como desearían Polonia o Hungría, y no se puede transigir ni ser laxos ante su exigencia porque de lo contrario todo el edificio europeo se vendría abajo. Orban, por su parte, parece difícil que retire esa normativa, porque sería como hacerse el haraquiri contra su identidad y estilo de gobernar. En esa tensión, lo que se puede esperar en las próximas semanas es un creciente aislamiento de Hungría (como también podría pasar con Polonia) por parte de las instancias europeas (que no debería incluir a la ciudadanía de esos países que, pese a las dificultades, se ha venido manifestando especialmente en las ciudades contra ese estilo de ribetes autocráticos aunque se autocalifique de liberal).