Crónica Mundana / Manuel Espín
Divorciarse no es tan sencillo como casarse, sobre todo si se quiere realizar sin perder patrimonio ni cerrarse más puertas. El ultranacionalismo se vende de manera fácil y cala en una ciudadanía a la que se alimenta de mitos engordados con hormonas de ‘fake news’; pero, a la hora de la verdad, los números cuentan y hay que tirar de realidades. Reino Unido (RU) necesita Europa y su mercado, y ésta, a su vez, mantiene desde tiempo inmemorial intercambios imprescindibles con las Gran Bretaña. El salto mortal sin red del referéndum al que se apuntaron no sólo euroescépticos, sino ‘pescadores de aguas revueltas’ y ultraconservadores disfrazados de populistas, se puede acabar pagando. A lo largo de los últimos días Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión, y Boris Johnson, primer ministro británico, han mantenido negociaciones para evitar la salida brusca del 1 de enero. Con una situación imprevista: Francia y Dinamarca no quieren ceder en temas como los derechos de pesca, y adoptan una línea dura frente a la negociación. Pero, a su vez, RU se encuentra con una realidad que puede ser preocupante: un bloqueo en el comercio, la amenaza del desabastecimiento y la subida de precios en productos de uso común, más las limitaciones a las exportaciones de la isla hacia Europa. El Brexit no era la panacea por mucha prepotencia ‘patriótica’ y banderita agitada al viento.
“La salida del Reino Unido de la UE agita las aguas comunitarias y revela fisuras entre los socios”
Aunque todo pueda ser posible en esta recta final, hay una realidad inexcusable, aunque no se quiera ver: RU y la UE se necesitan mutuamente y necesitan un nuevo formato de ‘pareja de hecho’. Aunque esto tiene sus riesgos, especialmente para Europa, y podría contemplarse como una invitación a otros Estados para apuntarse a una zona sin limitaciones al comercio, sin aceptar las obligaciones de Bruselas en asuntos tan indispensables como el respeto al Estado de Derecho y a las libertades ciudadanas. Especialmente por parte de países del Este con gobiernos de ultraderecha nacionalista que no darán más pasos en la federalización del bloque. A la vez, sería utópico pensar que la UE y Londres no tienen ya su propio plan individual de contingencia para evitar la ‘catástrofe’ después de Año Nuevo. Pensemos lo que supondría para los residentes británicos tener que limitarse a los tres meses de estancia, tributar como de ‘terceros países’, o el gravísimo problema de los controles de fronteras a las mercancías y productos. ‘Bajo la mesa RU y varios estados, entre ellos España, tendrían esbozos de acuerdos bilaterales en materias sensibles, que para nuestro país son la agricultura, el turismo, la automoción, e incluso la banca. Focalizadas en último extremo en segmentos de población y territorios como Gibraltar o las zonas costeras en las que los residentes británicos alcanzan enorme presencia. Todos, incluso Francia, que aparece como el Estado menos interesado en hacer concesiones a RU, en caso de no llegarse a un acuerdo tendrán que arbitrar medidas y llegar a pactos, aunque esto sea, por el momento, duro y tenga un precio.
En estas circunstancias aparecen factores con los que no se contaba meses atrás. En cierta medida, Johnson, un personaje locuaz, con soltura de palabra y verbo fácil cuando no destemplado, vino a responder a un modelo de ‘trumpismo’ a la europea. Se vendía una nueva retórica inflamada de utopismo radical. La UE no va a poder olvidar estos cuatro años con Trump en la Casa Blanca, donde se alentó sin disimulo alguno el Brexit, dejando de respetar las normas de la diplomacia y el respeto a la soberanía de estados, en teoría ‘amigos y aliados’. ¿Podría alguien en su sano juicio pensar que un gobierno español o de cualquier otro país comunitario se metiera en el innecesario charco de alentar la independencia de Puerto Rico o de Hawai? No anduvo lejos Trump instando al Brexit. Cuando Biden tome posesión tendrá que reconfigurar la nueva identidad de la OTAN, y restablecer las maltrechas relaciones con Europa. Todavía meses atrás, Johnson esgrimía la ‘amenaza’ de un acuerdo con EE UU que convertiría a las islas en un socio privilegiado y un ‘portaviones’ comercial de productos americanos; pero Biden ya ha adelantado que la prioridad de la política exterior es la UE y no Londres en solitario. RU ha dejado entrever otras ‘bengalas’, entre ellas la de un acuerdo preferente con las economías del Pacífico, o la reconversión en un pseudo paraíso fiscal para hacer la competencia a las industrias europeas. Pero esto no dejan de ser faroles: Reino Unido necesita al mercado europeo, y sus productos. No tiene más remedio que seguir negociando, aunque sea después del día 1 si antes no se llega al acuerdo.
“Aun en el caso de la ruptura en las negociaciones, diversos Estados, entre ellos España, mantienen un ‘plan B’ para evitar más daños mutuos”
Aunque no lo tiene tan fácil como a principios de este año: países como Francia no son partidarios de concesiones. Al fin y al cabo, RU fue quien decidió divorciarse. Frente a la inquietud de sectores españoles afectados en caso de haberse producido un brusco Brexit, la realidad por ambas partes, más allá de la hojaresca verbal, pone en evidencia que ha habido contactos bilaterales para evitar mayores daños de los inicialmente previstos ante un divorcio a la tremenda. Ambas partes temen esa ruptura brusca que no se producirá porque los intereses de todos se verían resquebrajados. Aun así es necesario analizar las claves del proceso que llevó al Brexit, ofrecido por los partidarios de la separación como una reivindicación del pasado histórico e imperial de Inglaterra. De manera lamentable, el precedente no servirá para ‘vacunar’ del mal del nacionalismo desquiciado; alimentado de mitos, interesadas interpretaciones de la historia, y a la postre, de fatuo romanticismo de papel de estraza.