Crónica Mundana / Manuel Espín
Es difícil valorar como normal una toma de posesión como la de Biden este miércoles, con un presidente saliente ‘en fuga’, duramente criticado por la prensa liberal, y sometido a la fiscalización de un posible ‘juicio moral’ en las Cámaras. Bajo la amenaza de incidentes que corre por las redes tras el llamamiento de los activos grupos ultraderechistas, racistas fanáticos, antifeministas y nostálgicos del esclavismo. Hay un tópico que se repetía año tras año: la ‘moderación’ de la política americana donde la disputa se jugaba en el terreno del centro: con una ala hacia la derecha y otra a la izquierda que no iban más allá del matiz.
Con Trump y la sumisión del Partido Republicano al candidato-kamikace, la balanza se inclinó hacia la extrema derecha ultra. Ahora la distorsión es absoluta: a Biden, un veterano político de centro y ‘candidato de Wall Street’, se le presenta desde el trumpismo como a un ‘peligroso socialista’ y al Partido Demócrata casi se le llama ‘socialcomunista’ con absoluta falta de propiedad.
“La nueva administración tendrá que hacer frente a una intensa agenda para poner orden en el caos de Trump y generar una nueva política internacional tras el fuerte estrés sufrido”
Situación que parecería jocosa si no encerrara el peligro de banalizar la intolerancia o convertirla en anécdota folclórica. No debemos minimizar el enorme peso electoral que Trump obtuvo en las presidenciales, aunque no ganara, y la manera como muchos ciudadanos compraron sus mensajes. Tampoco puede negase que hay una fuerza electoral y una base social esperando oír esos reclamos, por disparatados y maniqueos que parezcan; segmento al que se ha venido mimando en estos cuatro años con constantes mensajes de exaltación antiliberal bajo un envoltorio ‘patriótico’.
Puede parecer mentira que sectores de las ciudanías del Primer Mundo, tanto en América como en Europa sean tan permeables y sensibles a las teorías ‘conspiranoicas’ por locas que suenen, y las evidencias científicas caigan por el suelo frente al peso de las ‘creencias’ políticas o religiosas del ultranacionalismo enfervorecido.
Da siempre que pensar que en el país ‘más culto’ de la Europa de entreguerras (la Alemania de Weimar) en uno de los momentos de máxima exaltación cultural, científica y creativa del XX, pudiera surgir un movimiento fanático, racista y de odio como el nazismo, capaz de convencer electoralmente a millones de teóricas ‘personas de bien’ que se creyeron a ciegas las mentiras fascistas de exaltación racial.
Y especialmente el compromiso de la nueva Administración por las Naciones Unidas así como el Tratado de París y las iniciativas contra el cambio climático y la política ambiental, ninguneada en el reciente pasado. Sobre todo, hay un reto inminente al que Biden debe salir al paso sin dilación: desactivar los grupos ultras parafascistas, supremacistas y potencialmente violentos que se han venido prodigando a través de las redes, en lo que puede constituir una amenaza para las libertades democráticas y los derechos de la ciudadanía; a los que se ha alimentado con discursos de odio, de extremo tensionamiento y radicalidad de estos años. La ‘prueba del algodón’ sin embargo corresponde al Partido Republicano, que necesita cuanto antes recuperar una centralidad, separándose de un supremacismo y un discurso tan radical.Biden y su Administración tienen una tarea complicada por delante; más de lo que ninguna Administración anterior ha debido afrontar. Lo primero: restablecer la identidad de una democracia liberal con el máximo respeto al Estado de Derecho y la mejora de las libertades civiles (con iniciativas como la de un grupo de parlamentarios demócratas para acabar con la pena de muerte). En el terreno internacional, el nuevo presidente está obligado a restablecer sus relaciones con Europa y especialmente la UE, tras cuatro años de desprecio desde la Casa Blanca, en los que Trump apostó sin tamiz alguno por el Brexit en lo que constituye una deslealtad con sus ‘socios naturales’. A la vez que entablar lazos de diálogo con zonas y ‘países calientes’ en los que se actuó con evidente torpeza y decisiones poco diplomáticas o inexplicables. Hay que esperar el primer discurso presidencial para evaluar el futuro del viejo tratado de libre comercio arrinconado por Trump.
“Amenazas ultraderechistas en clave parafascista y antidemocrática corren por redes contra el Partido Demócrata, al que se acusa de “traidor” y “poco patriota”
Durante estos años la derecha liberal-conservadora norteamericana actuó en una línea dispar a la de Angela Merkel o sus paralelos franceses: dejándose seducir por Trump y la extrema derecha: frente a Francia o Alemania donde se marcó una clara distancia entre un sector y otro sin posibilidad de pacto alguno. La convocatoria a través de las redes -pese al boicot de las tecnológicas a las expresiones de violencia, racismo, antifeministas y de LGTBfobia-, así como las invitaciones al ‘asalto al poder’ por medios no democráticos, este 20-E dará una referencia sobre las dimensiones del reto. Bajo el temor a un ‘capitulo bis’ del lamentable asalto al Capitolio del día de Reyes, evitando tensionar aún más a la sociedad, casi incrédula ante un escenario propio de una república bananera. Es preciso destacar otra de las misiones urgentes de Biden: las respuestas sanitarias al Covid-19, en un momento de máxima expansión de los contagios.
Frente al negacionismo y la banalización de Trump; compartida en principio por Boris Johnson, que ha rectificado completamente su posición en los últimos meses. Biden ya ha afirmado que es prioritaria la lucha contra el virus “con todos los medios federales”. Lejos de las vacilaciones acientíficas y los disparates de las dudosas interpretaciones del republicano; o las de Bolsonaro en Brasil, el único representante de una potencia de importancia en mantener el negacionismo con una frivolidad a prueba de lógica.