Crónica Mundana / Manuel Espín
Hay puntos en común entre Kabul (2021) y Saigón (1975): gobiernos fabricados en función de intereses occidentales alimentados de dinero, propensos a la corrupción sin lograr ofrecer otra imagen que la de títeres de intereses extranjeros faltos de base popular. La toma de Afganistán por los talibanes es grave, en primer lugar para las mujeres condenadas a la invisibilidad más absoluta y la negación de todos sus derechos, así como el confinamiento de su ciudadanía bajo un sistema de extrema rigidez apelando a la ‘tradición’ (hay que hacer un inciso: cuando se defiende como principio lo ‘tradicional’ se incurre en un peligroso referente: también la esclavitud respondía a una tradición, y la crueldad aparece en muchos ‘textos sagrados’: por eso da miedo escuchar hoy en el Metro de Madrid a una ‘iluminada’ latinoamericana de una secta protestante reclamando a gritos la imposición de La Biblia como ‘única ley’, con el mismo fervor con el que los talibanes defienden la ‘sharia’).
“Dos décadas de Occidente en Afganistán con un rotundo fracaso, pese al elevado precio en vidas humanas y el trillón de dólares gastado”
Durante buena parte del s. XX se consideró que las intervenciones militares de Estados Unidos y sus aliados eran capaces de tirar gobiernos ‘gamberros’ e imponer otros afines; pero no se tuvo en cuenta la dificultad para meterse en avisperos. (Las palabras de Aznar tras la caída de Sadam Hussein –»El mundo cuenta con un dictador menos»– son paradigmáticas: se derribaron sus estatuas pero Irak es otro polvorín y son notorios sus déficits en situación democrática y libertad y calidad de vida de sus ciudadanías). Con ingenuidad y una teoría imperial proveniente de la Guerra Fría se consideró en tiempos de Reagan que todo anticomunista debía servir de aliado: recordemos el horrible ‘Rambo III'(1988) donde se presenta a los talibanes como ‘héroes’ luchando por ‘defender la tradición’ frente al gobierno procomunista; así como las visitas de muyahidines afganos a la Casa Blanca de aquella época.
En adelante las intervenciones militares desde la perspectiva americana y de la OTAN tendrán que ser muy medidas, con objetivos alejados de cualquier visceralidad momentánea, sabiendo que las guerras ya no tienen lugar en el campo de batalla como en otros tiempos, y las trincheras son infinitas. Desde la extrema derecha se ataca la ‘cobarde’ posición de Biden, olvidando que Trump auspició la salida de Afganistán. Lo que no podía pensarse es que el gobierno de Kabul, regado con un maná económico occidental, iba a caer como un castillo de naipes tras anunciarse la retirada americana, hundiéndose con él los contenidos de carácter más modernizador y el ejército formado para hacer frente a los talibanes. La imagen de gobierno títere como en su día el de Vietnam del Sur, aclimatado a la tentadora corrupción del maná de dinero exterior, gravita sobre el que abandonó Kabul a toda prisa.
Lecciones amargas para unos valores pretendidamente democratizadores que se han borrado en muy pocas fechas. El ‘talón de Aquiles’ de Washington y la OTAN se ha puesto en evidencia, dejando a una parte de las y los afganos en manos de la intolerancia rigurosa, en lo que a partir de ahora constituirá un régimen en cuarentena por la mayor parte de las instituciones internacionales, aunque con lazos secretos con otros gobiernos perfectamente asimilados.
“Con intervenciones militares que no han resuelto los problemas y el apoyo a gobiernos minados por la corrupción, que se desvanecen (como Vietnam del Sur) cuando sus ‘patrocinadores’ se cansan de sostenerlos”
Será necesario hacer un gran debate mundial: apelar a la defensa de la libertad y de los valores democráticos por un lado, cuando se hacen negocios con ricos inversores que en el fondo comparten versiones muy rigoristas, y desprecian a las mujeres, la democracia y los derechos LGTBI con la misma saña de los talibanes. La diferencia es que aquellos tienen muchísimo dinero del petróleo para invertir y los otros son todavía pobres, hasta que en los profundos valles de Afganistán se encuentren depósitos de gas natural y los seminaristas combatientes aparezcan como inversores y compradores. A estos además les suceden nuevos ultras como los terroristas suicidas del califato mundial del aeropuerto de Kabul con cerca de 200 muertos: a cualquier extremo siempre le surge una facción que denuncia su ‘moderación’.
La lección es triste para las afganas, los americanos, la OTAN, Europa, los valores democráticos, los derechos humanos, la libertad…Con especial frustración para los miles de muertos (¿quién se acuerda de las víctimas del accidente del Yak-42 en 2003?), o los trillones que la ciudadanía (también la española) ha dilapidado en una intervención con el amargo sabor de la derrota (¿qué pasa con el sofisticado armamento abandonado a los talibanes?). Sólo cabe ser extremadamente riguroso (y no sólo con los talibanes) tomando la palabra de Von der Leyen: «Ni un euro para quienes niegan a las mujeres sus derechos y libertades».