Crónica Mundana / Manuel Espín ■
La ‘línea dura’ en la política anti-inmigración tiene votos porque en un sector del electorado han calado estereotipos: el miedo a perder el trabajo por la competencia por los recién llegados dispuestos a cobrar lo mínimo, el temor al deterioro de la sanidad o la educación públicas, junto a la influencia de las ‘fake news’ en la opinión pública con imputaciones sin contrastar. Aunque las economías dinámicas necesitan mano de obra y hay sectores o actividades no siempre cubiertos por los nacionales. El fenómeno de la inmigración encierra importantes contenidos humanos que no pueden ser soslayados.
“El ‘premier’ Rishi Sunak aprueba una normativa que expulsará a todo inmigrante que pise las costas británicas”
En la UE, la línea dura la marcan dos estados del Este con tradición emigratoria, Hungría y Polonia, en su día opuestos de forma radical a acoger refugiados, aunque huyan de la guerra (Siria) o del hambre; como por contra hizo Alemania con Angela Merkel. La discriminación es manifiesta respecto a los escapados de la guerra de Ucrania, tan dignos de ser atendidos como los refugiados de otras partes del mundo. Sin que se deban establecer categorías entre víctimas de conflictos ignominiosos, porque todas lo son por igual independientemente de su origen, raza, cultura o religión.
En estos momentos, Italia, en otras épocas eminentemente exportadora de nacidos en sus tierras, y Reino Unido, primera potencia colonial del XIX en un imperio planetario, rivalizan abiertamente con los estados de la UE caracterizados por el radical rechazo a la inmigración.
Meloni, la primera ministra italiana al frente de un ejecutivo de derecha radical, aprobó semas atrás un decreto que prohíbe la entrada en sus puertos de buques con inmigrantes, incluso los que rescatan naúfragos en alta mar, como los fletados por Open Arms o Médicos Sin Fronteras, obligados a desviarse. Por su parte, Reino Unido da un paso radical, y quiere expulsar a quienes lleguen por mar a las costas británicas. Una parte del ejecutivo conservador, empezando por su primer ministro, Sunak, proviene de la inmigración; esto no es obstáculo para que defiendan medidas muy duras que han causado revuelo en la sociedad británica. Reactivando al sector más ultraconservador del electorado que teme por la pérdida de la identidad cultural, argumento presente en el triunfo del Brexit; donde los defensores de salir de la UE reivindicaban que la política migratoria dejara de depender de Bruselas. Parte de los diarios conservadores respaldan la decisión del Ejecutivo. Frente a sectores intelectuales, otros importantes medios de prensa, ONGs y defensores de los derechos humanos que critican la medida.
El plan es ambicioso. Él esgrime el dato de que en 2022 fueron 45.755 los ilegales que llegaron a sus costas cruzando el Canal de La Mancha, que en aplicación de la nueva normativa ahora serían expulsados de forma automática; excepto en situaciones extremas desde el punto de vista humanitario en las que el plazo para abandonar territorio británico se extiende a 45 días. Reino Unido financia la construcción en Francia de un centro de detención donde se conducirá a quienes intenten pasar el canal ‘sin papeles’. Mientras se incentiva con dinero un programa de asentamiento en países africanos para la reacogida de naturales expulsados de las Islas.
Las críticas no se han hecho esperar: las políticas de expulsión automática van en contra de principios de Naciones Unidas y suponen la negación del derecho de acogida. Dejando a un lado que los inmigrantes económicos se vean abocados al cambio de residencia para subsistir, hay un porcentaje que huye de la guerra, la violencia, la intolerancia o la discriminación por motivos ideológicos, raciales, sexuales, de religión o de género… La eliminación del derecho de asilo puede condenar a la muerte o a graves males en caso de devoluciones forzosas.
Las políticas migratorias deben poseer la suficiente flexibilidad por el componente humano que subiste en las historias personales. Más allá de que se reprima con toda la fuerza a los traficantes de seres humanos que se sirven de su vulnerabilidad para explotarlos con el falso señuelo de un futuro mejor en países del Primer Mundo, que no siempre se corresponde con la realidad.
La UE ofrece un abanico variado de políticas donde es constatable el creciente fracaso de la inexistente o meramente nominal política común. Puesto que ilegales y refugiados no lo son de Grecia, Malta, Chipre, Italia, Francia o España, sino de Europa en su conjunto. Con creciente tendencia a la aplicación de duras líneas a medida que el discurso extremista cala; tal y como ocurre en Italia. Mientras, en Reino Unido, cuyas decisiones ya no dependen de las instituciones europeas, la política migratoria es cada vez más restrictiva tras el Brexit, pese a tratarse de una sociedad tan plurirracial y pluricultural como las de EE UU, Francia o Alemania.
La contradicción es delicada, especialmente para sociedades en las que a medida que se mantenga su economía serán siendo necesarios trabajadores/as haciéndose cargo de labores no ocupadas por sus ciudadanos. Abordar con generosidad y altura de miras el tema no quiere decir ‘papeles para todos’ ni la renuncia a la soberanía sobre las fronteras, sino la aplicación de una política que regule contingentes que se necesitan en función de las coyunturas, evitando la sobreexplotación de la mano de obra extranjera o su deriva hacia la economía sumergida bajo las condiciones más inhumanas (prostitución, esclavitud laboral, trabajo no regulado…).
A la vez que se favorecen condiciones hacia los países de origen para que las diferencias de renta no sean tan escandalosas que impulsen a una caótica y desordenada inmigración; donde quienes ganan son los traficantes, nuevos esclavistas del XXI y los desaprensivos explotadores que se benefician en una mano de obra barata y desprotegida.
“Tanto su gobierno como el de Italia quieren revitalizar el voto más conservador”
Imprescindible contemplar la inmigración como asunto de hondo calado humano y afrontar iniciativas que favorezcan su inserción, eliminando estereotipos que circulan en calles y redes, con actitudes de xenofobia, racismo o negación del diferente. El debate sobre la política migratoria del ejecutivo británico adquiere cuerpo en las islas con posicionamiento de sectores sensibles, entre ellos las iglesias, los sindicatos o los artistas; y episodios como el despido de uno de los más populares comunicadores de la BBC que comparó en las redes la expulsión automática con las medidas raciales de la horrible Europa de finales de los 30.