Humor Asalmonado / Mateo Estrella
—No exagero mucho si te digo que los despropósitos previos a la aprobación de la reforma laboral han provocado en el pueblo soberano reacciones que oscilan entre la incredulidad y el cachondeo.
Me larga la perorata un vecino, maestro de Primaria, que va a impartir el próximo curso la nueva asignatura de Educación en Valores Cívicos y Éticos. La materia que la exministra Isabel Celáa promoviera antes de ser desterrada como embajadora ante el Vaticano. Coincidimos, saliendo del portal, el día siguiente de que se hubiera montado en el Congreso una de las sesiones más chuscas de la actual legislatura.
«¿Cómo convenzo a los chicos y chicas de 10 a 12 años de que han de tomarse en serio la democracia representativa?”
—Imagina –continúa– que hubiera de dar las clases hoy mismo. ¿Cómo convenzo a los chicos y chicas de 10 a 12 años de que han de tomarse en serio la democracia representativa? ¿Sería de recibo un partido en el cual los futbolistas se pasan por la entrepierna las reglas del juego limpio, y acaba ganando un equipo, en el último segundo, cuando un contrario mete un gol en propia puerta, y luego protesta airadamente al árbitro porque asegura haberse equivocado y no le permite repetir la jugada?
Intento deprimirle aún más, resaltando las dificultades de su tarea.
—Sí que lo tienes crudo. Y tu puesto depende de los resultados de PP y Vox en las próximas elecciones generales. Si ganan, derogarán la Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa, LOMCE, aprobarán la LECDM y recuperarán la Formación del Espíritu Nacional.
—¿Qué es la LECDM? —me pregunta, ansioso.
—Ley de la Enseñanza Como Dios Manda —aclaro.
—No me cogerán desprevenido, como con la Educación para la Ciudadanía –dice, sin sospechar que le estoy vacilando–. Por si acaso, estoy cursando un Máster en Desarrollo de Videojuegos. Como ‘streamer’ ganaría mucha más pasta que de profe en un colegio concertado.
Salgo a la calle rumiando que lo sucedido en sede parlamentaria no ha sido tal como nos lo han contado. Soy un optimista. Desde hace décadas albergo la esperanza de que la clase política no tiene tan poca clase como aparenta.
Paso la noche inmerso en pesadillas. Al filo de la madrugada un sueño me revela lo que bien pudiera explicar el supuesto desbarajuste. Me levanto antes de que la imágenes se desvanezcan en mi memoria, y escribo lo que sigue.
«Dos parejas de hombres se han citado en un búnker subterráneo, al abrigo de la inspección pública. Se sienta cada una de ellas en un extremo de una larga mesa y dialogan brevemente. Elijo sus nombres al azar. Pedro Sánchez y Félix Bolaños a un lado. Pablo Casado y Teodoro García Egea al otro.
Félix toma la palabra.
—Tenemos la fórmula para que todos salvemos la cara. Si empresarios y sindicatos están de acuerdo en materia laboral, no somos quienes para llevarles la contraria. ¿Estáis de acuerdo?
—Muy de acuerdo —reconocen Pablo y Teodoro al unísono.
—Sigue tú, Pedro —invita Félix.
—Pongo las cartas sobre la mesa –dice el más alto de los cuatro–. Hemos convencido a dos tipos de un partido afín al vuestro para que voten sí a la reforma. Con ellos ganaríamos, pero no nos fiamos un pelo. Si cambian de opinión, la palmamos y nos quedamos sin un céntimo de la pasta comunitaria. Eso incluye a Madrid y Andalucía, por si no os habéis dado cuenta.
—No te preocupes, Pedro –interviene Teodoro–. Si fuera necesario, tengo un amiguete diputado por Cáceres, Alberto, dispuesto montar el paripé desde su casa.
—No me lo habías contado –le corta Pablo–. ¿Un ‘tamayazo’ a la inversa? Eso colaba cuando Esperanza era una diosa, pero los tiempos han cambiado.
—No, hombre, Alberto se equivocará aposta. Luego rectificará, sabiendo que no hay marcha atrás. Avisa a Meritxell, Pedro, para que mantenga el orden y la compostura.
—Vale. Pediréis algo a cambio, ¿no? Los favores nunca salen gratis.
—Es un capricho personal –responde Pablo–, pero ya que lo planteas… Pedro, tú que tienes mano en Televisión Española, ¿puedes conseguir que no vayan a Eurovisión ni la feminista de la teta, ni las gallegas de la pandereta?
“Desde hace décadas albergo la esperanza de que la clase política no tiene tan poca clase como aparenta”
—Hecho. Encárgate, Félix, que depende de tu departamento. Hasta la próxima, colegas.
—No tengáis tanta prisa –dice Teodoro–. Tomemos unas birras para celebrar el pacto. He traído aceitunas de Cieza. Nos las jamamos y luego echamos un campeonato con los huesos. ¡Cuán injusta esta España, que nos acusa de no tener perspectiva de Estado y de actuar sólo por intereses partidistas!
—Y que lo digas –remacha Félix–. Venga con esas olivas, que voy sacando las cervezas del frigo».