Crónica Mundana / Manuel Espín ■
Durante casi un mes la atención pública mundial está puesta en ese pequeño país del Golfo Arábigo de sólo 13.000 kilómetros cuadrados, 2,5 millones de habitantes, de los que la tercera parte son extranjeros, el 95% de la mano de obra de la nación, y la primera renta per cápita del planeta. Lo que están viendo visitantes y turistas es un verdadero emporio de dinero, magnificencia y riqueza; pero bajo la alfombra roja hay otras realidades muy distintas. Diversas organizaciones internacionales consideran que este gran acontecimiento supone un blanqueo como el que representó el Mundial de Fútbol de 1978 de Argentina, celebrado en uno de los momentos más terribles de la dictadura militar que tan bien retrata la película ‘Argentina 1985’. Qatar no reúne condiciones en materia de igualdad de género, en un país donde todavía las mujeres aparecen segregadas y confinadas dentro de los “espacios femeninos”, y en el que se penaliza el adulterio de ellas, los derechos LGTBI, las expresiones de afecto públicas entre personas, aunque se trate de hombres y mujeres, incluidos los besos, bajo una rígida interpretación de la vieja ‘sharia’ o ley islámica en su versión más integrista.
“Pese a que la FIFA haya expresado su “prioridad a los derechos humanos”, muchos de ellos no se cumplen en este pequeño país, el más rico per cápita del mundo”
Además se prohibe el consumo de alcohol en los estadios pese a que patrocinen marcas de cerveza –aunque en los hoteles puede ser que haya excepciones para turistas y visitantes–, donde los trabajadores extranjeros tienen escasos derechos y sus condiciones de vida no son las más recomendables: se afirma que 6.500 han fallecido en accidentes durante la construcción de los equipamientos. La monarquía absolutista de Qatar ha jugado con toda la energía y los medios para quedarse con este acontecimiento. La suma de altibajos que la candidatura ha debido superar es muy amplia, aunque ha contado siempre con la impresionante riqueza del país gracias a sus reservas de gas, las terceras del mundo, y a sus inversiones en fondos occidentales.
Hace dos meses, el suizo Joseph Blatter (1936), expresidente de FIFA cuando se concedió el Mundial, reconocía que «la elección fue mala», no por las oportunidades que el país ofrece con su gran inversión económica, sino por las condiciones en las que se celebra, en lo que supone una cortina sobre un estado con libertades y derechos en entredicho. Todo ello lleva a pensar que casi al mismo nivel que en Argentina-78 será una verdadera prueba de fuego sobre hasta qué punto el dinero puede tapar o disimular la discriminación de muchos de quienes trabajan en ese país deslumbrante, majestuoso y millonario.
Dicha candidatura ha sido objeto de controversias, incluso de las acusaciones de ‘pagos’, ‘comisiones’ o ‘sobornos’ a miembros de la FIFA para inclinar la candidatura a su favor, aspecto del que ciertos apellidos llegaron a ser absueltos al no contarse con pruebas suficientes para sostener las acusaciones. Aún no condenados desde el punto de vista legal si podrían estarlo desde el moral si en estas jornadas, pese al blanqueo, se hace más palpable la desigualdad respecto a derechos por parte de mujeres o personas que pertenecen a determinados grupos perfectamente integrados en la mayoría de las sociedades occidentales. Ellas no pueden viajar solas, ni recibir tratamiento médico si no van acompañadas de su marido o padre, y tienen muchas limitaciones para estudiar. La FIFA impuso compromisos a Catar en materia de derechos laborales, de igualdad de género y LGTBI.
Si se llega a evidenciar de manera más palpable esas condiciones o discriminaciones quien en última instancia puede quedar en entredicho es el mundo del fútbol y sus instituciones. Por muy poderoso que sea su poder, influencia social e importancia pública, ese universo no puede funcionar como una realidad aparte; está sometido a normas generales como la Declaración de los Derechos Humanos de carácter general aunque su implantación sea dudosa o no llegue a muchas sociedades.
Fuera de los resultados que este Mundial tenga se convierte en el más cuestionado después de Argentina. El pretendido argumento de la ‘despolitización’ del deporte no sirve una vez más cuando se trata de derechos humanos y de libertades, por encima de cualquier otra discusión en clave partidista o ideológica. Cuando además el fútbol, por su gran impacto social y el monumental negocio que representa en todo el mundo, aparece vinculado a administraciones o instancias de color político. ‘Despolitización’ no es lo mismo que ‘apartidismo’, ni ‘independencia’ lo mismo que ‘indiferencia’: por su enorme repercusión pública el fútbol o los deportes-espectáculo han adquirido enorme resonancia mediática, y los grandes temas de la agenda mundial no le deben ser ajenos, como la igualdad, la discriminación, el cambio climático, el racismo, la xenofobia o los derechos LGTBI. En este último tema en el que, a diferencia de otros deportes como el tenis, la natación, el rugby, el waterpolo o los saltos de trampolín no se han producido ‘salidas del armario’. Y con repetidas situaciones en las que en los entornos de los campos de fútbol se han mostrado expresiones de racismo, odio o discriminación, que también se han escuchado en las gradas. En las primeras jornadas se han visto gestos como el plante a cantar su himno del equipo de Irán como solidaridad con quienes se manifiestan en el país, así como la discusión con la FIFA de varios equipos europeos cuyos capitanes han querido llevar el brazalete arcoiris, con la decidida actuación de británicos y daneses, y el aparente desinterés de españoles a quienes parece que no les van ciertos guiños simbólicos.
“Blatter, expresidente de FIFA cuando se decidió conceder el evento, reconoce ahora que “la elección fue mala”
Qatar genera polémica y discusión sobre las condiciones en las que se celebran los partidos, más allá de la elevadísima inversión realizada, de la obra pública y el espectáculo. De momento siguen siendo dudosos los motivos por los que, más allá del dinero, se concedió este Mundial. La demostración de que hay criterios por encima de lo económico que no deben ser soslayados se evidencia con una pregunta como la que planteamos: en las presentes condiciones de la política internacional, y más allá del afecto que en general se sienta por la cultura o el pueblo ruso, ¿tendría sentido hoy en día conceder un evento de primer nivel a la federación de estados que preside Putin?