Crónica Mundana / Manuel Espín ■
La invasión de la sede del Congreso brasileño, del Ejecutivo y el Tribunal Supremo por quienes desde que se celebraron las presidenciales ganadas por Lula se sentaban en la puerta de los cuarteles para reclamar una intervención militar, tiene precedentes. A dos años del asalto al Capitolio de Washington el manual de instrucciones se repetía de forma aproximada. En su momento, Trump, ante las encuestas que lo daban como perdedor frente a Biden esgrimió el supuesto de un ‘fraude electoral’ en la primera potencia industrial del planeta. A la vez que presentaba al aspirante demócrata como un “extremista de izquierda, vacilante ante la defensa de la nación, y permisivo en la implantación del socialismo”. Cuando los datos del escrutinio no le fueron favorables, Trump se lanzó a una catarata de reclamaciones e impugnaciones que fueron cayendo por su propio peso, demostrando que no hubo el pucherazo que sostenía.
“Dos años después del asalto al Capitolio de Washington, se repiten en Brasil los asaltos a los tres poderes por la extrema derecha golpista”
En situaciones tensadas de manera continuada en las que se alimenta el fuego dialéctico de unos seguidores radicalizados en términos de secta, que también encuentra su expresión en medios de comunicación para los que sólo existe el ‘blanco o negro’, el discurso del trumpismo engendró un monstruo que estalló el 6 de enero de 2021 con un asalto donde se produjeron víctimas mortales, propio de la peor república bananera.
Una parte del guión se repite en el caso de Brasil; no sólo es el país más extenso y poblado de América del Sur, sino una potencia planetaria, cuyas políticas son decisivas para el resto del mundo; especialmente en un asunto como el cambio climático habida cuenta del papel de la Amazonia como ‘pulmón’ del globo terráqueo. Bolsonaro ha compartido puntos en común con Trump, como el negacionismo ambiental, el uso de conceptos acientíficos como su visión respecto al Covid, o el fanatismo religioso evangelista con un lenguaje radicalmente populista, donde Lula era presentado como un “peligroso comunista” dispuesto a atentar contra la religión, la familia y la patria. En sus primeros días tras la toma de posesión el pasado día 1, el presidente socialdemócrata moderado y con un ejecutivo de centro-izquierda, evitó las expresiones altisonantes donde los titulares más llamativos fueron el compromiso para sacar del hambre a millones de brasileños o su deseo de buenas relaciones hemisféricas, de Washington a la UE y el resto de los países iberoamericanos, en una toma de posesión que contó con nutrida y relevante representación tanto americana como europea.
Pese a la evidencia de la victoria de Lula, aunque su diferencia respecto a Bolsonaro no fue alta, su antecesor negó lo visto y prefirió no acudir al relevo presidencial por encontrarse en Estados Unidos, no sólo un acto de descortesía, sino un acicate para quienes se manifestaban en la puerta de los cuarteles para reclamar un golpe de Estado. Ahora Bolsonaro responde con un tibio y ambiguo comentario respecto a las acciones de sus partidarios en Brasilia contra los edificios que representan a los tres poderes. Como ya ocurriera en Estados Unidos y en otras situaciones parecidas, la extrema derecha se viste de los colores de las banderas nacionales de las que se apropia como de uso exclusivo, apelando a su patriotismo.
La papeleta de Lula no es sencilla, con un insumiso sector surgido de las proclamas del bolsonarismo dispuesto a recurrir al golpe para echarlo del poder, aun a costa de sumergir a Brasil en una dictadura militar como la de los 60. La diferencia es que el mundo ya no es el de antaño, y el rechazo al asalto a las instituciones en Brasilia ha tenido la rápida condena de la Administración Biden, de la UE y de gobiernos del sur de América. Aunque la amenaza sigue girando en torno a gobiernos elegidos de forma democrática, amenazados por discursos de tonos altisonantes y maximalistas que, aunque no triunfen en las urnas, generan desestabilización y condicionan el lenguaje político. En el que la derecha liberal-conservadora queda arrinconada o cae en la tentación de mimetizar alguno de esos discursos por el miedo a perder votos seducidos por el radicalismo.
“No se ha dado a Lula ni una semana de plazo reclamando la intervención militar contra el presidente elegido de forma democrática”
Lo tremendo de lo visto en Washington en 2021 y ahora en Brasil son las expresiones de odio visceral y el reclamo a la violencia y al golpismo en sociedades en las que el consenso social ha sido elevado y el respeto a las diversas opciones ideológicas un referente de capacidad de diálogo entre distintos. Lo inquietante no es que los exaltados reclamen el uso de la fuerza, sino que el lenguaje de odio cale socialmente y campe por su respeto en instituciones y medios. Esto es lo verdaderamente peligroso de la vía libre a discursos maximalistas, grandilocuentes y demagógicos. Una inquietante situación de vía libre a lo visceral en el que todo se admite por lograr un discurso único hegemónico, incluso con la legitimación del golpe de Estado.