Crónica Mundana / Manuel Espín
El presidente de un país tan importante como Brasil sigue el guion de Trump. Aunque éste sea constructor y Bolsonaro militar de media graduación, sus campañas convocaron a un discurso nacionalista y patriótico consiguiendo el voto de la clase trabajadora más permeable a discursos lineales, de ‘blanco o negro’ sin matices, repitiendo estereotipos típicos de la ultraderecha. La crisis del Covid-19 se abordó desde sus inicios con negacionismo; como Trump, apelando a tratamientos nada científicos desautorizados por la comunidad sanitaria.
Los datos económicos son malos para esta gran potencia emergente, y los sanitarios muy oscuros. Los sondeos dicen que Bolsonaro podría perder ante el expresidente Lula, que hasta primavera no dirá si se presenta a los comicios. Tras la retirada de los cargos, su figura política pasó de ser el más odiado al más deseado en uno de esos sorprendentes vuelcos de imagen en la opinión pública; aunque la eventualidad de su aspiración a la presidencia sea una incógnita. Bolsonaro reacciona como Trump y se adelanta a denunciar un fraude electoral a través del voto electrónico y por correspondencia.
“Ante sondeos que dudan de su reelección en 2022 azuza el fantasma del fraude electoral y desautoriza el voto electrónico y por correspondencia”
En estos meses, la actual presidencia se ha enfrentado al Congreso y al Tribunal Supremo Federal, a los que descalifica. El poder judicial acusa a Bolsonaro de “difundir noticias falsas y antidemocráticas”. El máximo mandatario brasileño lanza provocadoras opiniones ‘kamikace’ y ‘fake news’ que, aunque siembren estupor, sirven para alimentar a sus bases populares y evangélicas, como en su día los nada diplomáticos tuits de Trump en la Casa Blanca. Lula dice que Bolsonaro “no piensa, ni construye pensamiento; sólo crea bobadas”, a la vez que afirma que Brasil “vive una disputa entre el fascismo y la democracia”.
El presidente ha movilizado a sus bases contra el poder parlamentario y judicial, con grandes manifestaciones de apoyo que se extienden al bloqueo de carreteras. Un punto de no retorno difícil de administrar. Como hizo Trump criticando a los asaltantes al Congreso del 6 de enero, Bolsonaro desautoriza finalmente los bloqueos de carreteras de sus partidarios a los que antes ha venido animando, “para no agravar la crisis económica y provocar desabastecimiento”.
No se puede decir que Trump en su momento, como Duterte en Filipinas, Ortega en Nicaragua o Bolsonaro carezcan de base popular; un perfil de votante de escaso nivel formativo a quien se alimenta con discursos de confrontación radical, mentiras o palabrería. Siempre hay ‘otro’ y si es exterior todavía mejor, para echarle la culpa de los problemas. Y en procesos electorales tan viciados como el de Ortega vale para detener a opositores aunque hayan sido excompañeros sandinistas. El presidente brasileño llegó al poder prometiendo mano dura contra “la delincuencia, la inmoralidad y la izquierda”, a la que atribuyó todos los males. Con variaciones, los estilos crispados se repiten aunque no sean iguales los dirigentes que utilizan discursos de odio. El presidente brasileño recurre a peculiares y mojigatas menciones a la Biblia en su rol de telepredicador evangelista.
“Arremete contra el Parlamento y el Supremo, convocando a sus partidarios a manifestaciones de apoyo y bloqueos, mientras los indicadores económicos y sanitarios son muy negativos”
El enfrentamiento con el Supremo y una parte importante del Parlamento se reproduce en los medios de comunicación, críticos con su gestión. Especialmente por su controvertida actuación en la crisis sanitaria después de un largo periodo en el que el presidente se jactó de no ponerse mascarilla. Las cosas han cambiado, y los sondeos son muy negativos para Bolsonaro, que necesita tensionar y movilizar a sus bases, y la mejor manera de hacerlo es posicionarlas en lo que se considera un desafío al sistema liberal-democrático-parlamentario.
El conflicto está servido entre las instituciones y el populismo de extrema derecha que apena a sentimientos primarios como Dios, la patria, la familia, la propiedad, la moralidad…, interpretadas desde un único sentido que los secuestra de su condición más abierta y democrática. Si Trump se prepara para 2022 y 2024 –y más tras la estrepitosa caída de popularidad de Joe Biden y Kamala Harris tras evacuar Afganistán–, Bolsonaro juega con fuego con vistas a las presidenciales del año que viene. ¿Hasta dónde puede llegar? ¿Están en peligro las instituciones democráticas en Brasil, el segundo Estado más poblado de América?