Crónica Mundana / Manuel Espín
Las imágenes de los informativos han abierto una sangría en la presidencia de Biden. La primera de ellas la precipitada y desordenada salida de Afganistán abandonando a quienes durante largas décadas buscaron una sociedad más abierta e inclusiva. El aluvión de noticias sobre esa desbandada ha noqueado al demócrata en muy pocas semanas hasta hacer que sus índices de popularidad estén al nivel más bajo de un presidente en su primer año de mandato. Estos días se encuentra en un 43%, habiendo descendido desde el cerca del 80% que logró tras su toma de posesión. Claro que Trump tampoco pudo presumir de popularidad, con una media de 41% a lo largo de sus cuatro años en el Despacho Oval, y un 34% en las últimas semanas antes de su tensa marcha. El peor de los indicadores para Biden es que la fractura también corresponde a su base electoral, entre la que se encuentran afroamericanos, con una caída del 85 al 67, hispanos del 72 al 56, y asiáticos del 68 al 54%.
“Caída en picado de la popularidad del presidente demócrata y una gran fractura entre sus bases tras las últimas decisiones”
Otros dos temas parecen fundamentales en ese deterioro de imagen: el nada acertado manejo de la crisis migratoria, y el bloqueo presupuestario en las Cámaras, donde la Administración Biden transmite una imagen de poder atrapado, sin capacidad para sacar adelante proyectos fundamentales para la economía americana. Los espacios de noticias se han llenado de contenidos sobre miles de centroamericanos agolpados al otro lado de la frontera mexicana, y la actuación de la policía en Texas para devolver a los ‘sinpapeles’ a México. Biden quiso diferenciarse de la brutal e inhumana política de Trump contra la inmigración y sus planes de echarlos del país a patadas, pero se ha visto incapaz de desarrollar otra línea de mayor sensibilidad sin generar efecto llamada.
En esa tierra de nadie, nunca mejor dicho, ha estado a punto de ‘electrocutarse’ en uno de los asuntos de mayor impacto electoral. Como resultado, una parte importante de los tradicionales votantes demócratas recelan de Biden, mientras la derecha del partido marca distancia con la Casa Blanca. Especialmente cuando el tema migratorio tiene un importante precio electoral.
A diferencia de otros presidentes en sus primeros meses en el poder, Biden ha llegado con un país extremadamente polarizado, un discurso de radicalización y un expresidente que anhela presentarse de nuevo dentro de tres años, aun a costa de tensar todavía más la convivencia. A la vez, el extremo discurso dialéctico acaba por impactar en un partido tan heterogéneo como el Demócrata donde convive una socialdemocracia progresista paralela a lo que en España pueda ser la izquierda del PSOE, y una tradicional derecha liberal vinculada a Wall Street y a las grandes corporaciones industriales. Esas tendencias y matices se perciben en los grupos tanto en el Senado como en la Cámara de Representantes, así como en los Estados controlados por administraciones demócratas.
“Atado de pies y manos en proyectos como los 1,2 billones de dólares en infraestructuras y los 3,1 en salud, educación y cambio climático”
En un país donde el liderazgo se considera inexcusable para cualquier personaje público, Biden se enfrenta estos días a un fuerte marcaje republicano en materia económica, con el bloqueo de las medidas de mayor importancia para los próximos años: el compromiso de los 3,1 billones de dólares para salud, educación y cambio climático y los 1,2 para mejora de infraestructuras, que siguen en el dique seco de una tramitación en la que la Administración Biden no ha conseguido logros en la negociación. A lo que hay que unir que aún no ha sido posible el acuerdo para elevar el techo de gasto de la deuda, aunque se ha logrado una dilación temporal hasta dentro de ocho semanas.
Biden ha impuesto la subida del salario mínimo, esperando que contribuya a favorecer la mejora adquisitiva de los más desfavorecidos y a la vez dinamizar le economía, pero se enfrenta a una falta de liderazgo en temas económicos, como la inyección post-Covid, y el fracaso de los acuerdos presupuestarios con los republicanos. Todavía no han pasado diez meses en la Presidencia, pero el tiempo vuela y el año que viene habrá elecciones parciales a las Cámaras, y los demócratas necesitan un resultado que dé a Biden más comodidad que la actual; algo muy difícil de conseguir si se repiten batacazos tan fuertes como el afgano.