Cultura & Audiovisual / Equipo Lux
Pese al enorme peso de la zarzuela costumbrista y regionalista hay subgéneros menos conocidos que ofrecen muy buenas oportunidades para crear espectáculos en un tiempo tan diferente al de su estreno hace un siglo. A principios del XX se crearon operetas-revistas españolas y zarzuelas de argumentos exóticos, orientalistas e incluso bíblicos. La más famosa de todas fue ‘La corte de faraón’ (libreto de Perrín y Palacios, y música de Vicente Lleó), representada hasta 1936 y luego ‘oculta’ como tal hasta el final del franquismo.
No le van a la zaga las tres obras de Pablo Luna (1879-1942), músico de Alhama de Aragón de amplia y prolífica carrera donde aparecen partituras de ambientes muy distintos, tanto en lo que sería la pura zarzuela o el eco de la ópera vienesa vista desde una perspectiva hispana. De esa densa carrera, Luna tiene una trilogía que fue especialmente famosa en su tiempo, y en cuyos libretos participó Antonio Paso (que también estuvo en la segunda versión de ‘La corte…’): ‘El asombro de Damasco’ (1916), ‘El niño judío’ (1918) y ‘Benamor’ (1924). Las dos primeras han sido representadas en distintas ocasiones en época contemporánea, y varios de sus temas se han mantenido vivos a lo largo de un siglo.
“Estrenada en 1924 su exotismo romántico recibe hoy un tratamiento irónico y ‘kitsch’ por Enrique Viana”
De ellas el Teatro de la Zarzuela hizo versiones ya en este siglo, y hay que recordar con agrado el festín cómico-musical de la última de ‘El asombro…’. Faltaba ‘Benamor’, que sólo ha tenido en época contemporánea alguna representación semi-amateur. Faltaba un gran montaje como el de estos días en La Zarzuela, donde se estrenó un siglo atrás, en cartel del 14 al 25 de abril. La primera sorpresa es la partitura, sencillamente magnífica, rica y variada. Donde hay ecos de refinada sofisticación en clave de opereta, a momentos de enorme magia y brillantez, más los obligados cantos a la tierra típicos del género, como la romanza ‘País de sol’, y reminiscencias de cuplé y fox.
En esta ocasión Pérez Sierra, el director musical, incluye oportunas citas de ‘El niño judío’ (‘De España vengo’) a ‘Así habló Zaratustra’ de Richard Strauss (1896), con unas orquestaciones que hacen honor al exotismo de los contenidos, y abundantes subrayados en la instrumentación. Bajo esta perspectiva la recuperación es un acierto, y no se entiende cómo Pablo Luna no ha tenido con ésta y otras obras más presencia.
Tampoco que ‘Benamor’ haya sido durante muchas décadas un ‘fantasma’ oculto en los panteones de partituras y de textos. Pero, ¿qué se puede hacer precisamente con este libreto, sobre el que como ocurre con otros han caído encima los años, a diferencia de las músicas que mantienen su lozanía y atemporalidad? Pues lo que ha hecho Enrique Viana, director teatral y cantante/actor: no tomarlo en serio y llevarlo todavía más hacia el terreno del disparate y del ‘kitsch’.
Viana es un experto en adaptaciones y personajes extravagantes y pasados de rosca, y este argumento se lo permite con creces. Para empezar hay un prólogo-monólogo que se continúa en la pausa entre los dos actos; conveniente además para que el público, ya reducido por las limitaciones sanitarias, no se agrupe en el vestíbulo, dentro de un espectáculo que supera largamente las dos horas seguidas. Hay destellos argumentales de la versión de Antonio Paso de ‘La corte…’ con confusión de géneros, eunucos y tipos pasados de rosca. Viana le da un tono de casi autoparodia a todo el espectáculo, sin caer en la humorada gratuita o la ridiculez.
El decorado de Daniel Bianco responde plenamente al contenido: exotismo orientalista, con un buen diseño de tonos pastel, y una acertada iluminación -Viana llega a pedir en un momento de la acción que le manden un foco de luz- donde apenas hay oscurecimiento. Salvo en el acertado solo de diez bailarines de rojo y un espacio donde predomina el negro, a diferencia del resto de la función donde todo es colorido. Precisamente la coreografía de Nuria Castejón es una de las mejores aportaciones, con un juego de múltiples acciones de los personajes, junto al coro -con mascarilla- y los actores-figurantes con un gran juego corporal.
Reparto doble en los protagonistas, en función del día de representación, con Benamor (Vanessa Goikoetchea/Miren Urbieta-Vega), Darío (Carol García/Cristina Faus), Juan de León (Damián del Castillo/César San Martín). Más Abuder/confitero/mujer (Enrique Viana), Jacinto/eunuco (Gerardo López), Alifafe (Francisco Sánchez), Cachemira(Esther Ruiz), Rajah-Tablas (Gerardo Bullón), Nitetis (Irene Palacios) y Puntea (Amelia Font). Con el aporte del coro del teatro, bailarines, y actores que no cantan pero desarrollan gran movimiento escénico.
“Brillante partitura y libreto apolillado; pero el resultado es muy digno y pone en evidencia el talento de Pablo Luna”
Es de agradecer que los anacronismos introducidos eviten la actualidad polìtica, y se centren en alusión al toque de queda, al IBI, la quinoa y algún otro, sin referencia de carácter chusco u oportunista. Buscar lógica o contextualización histórica como se quiso hacer en su época es perder el tiempo: ‘Benamor’ es un divertido disparate, colorista, con personajes ‘trans’, travestidos y plumas, vestuario sofisticado, y escenografía tan extravagante como el libreto. Donde hay momentos en los que se llega a olvidar las mascarillas en escena de varios personajes y coro, porque el conjunto tiene chispa y funciona de sorpresa en sorpresa, hasta el esperado final romántico.
No estaría de más en futuras temporadas que La Zarzuela repusiera las tres producciones del Pablo Luna orientalista. Hoy ‘Benamor’ es un viento de aire fresco en una cartelera necesitada de solventes espectáculos sin engolamiento.