Crónica Mundana / Manuel Espín ■
Tras la retirada de las potencias occidentales, la comunidad internacional albergó ciertas esperanzas de nuevas actitudes respecto a los talibanes con una remota posibilidad de que aceptaran cambios en materia de género y un infundado deseo de integración en el espacio mundial. Meses después de que se marcharan las fuerzas encabezadas por Estados Unidos, las mujeres vuelven a su condición de esclavas, no pueden estudiar, ir a la universidad, trabajar para una ONG, ser guía turístico, sin capacidad para mostrarse físicamernte en público, obligadas a ser acompañadas del padre, el marido o un hermano varón, como tampoco pueden acudir a una consulta médica. Las peores intuiciones se confirman, y buena parte del mundo, especialmente aquellas sociedades progresistas o con capacidad más abierta, se plantean qué se puede hacer ante una sociedad en la que se acentúa su esclavitud con una grave transgresión a sus derechos. La situación presenta estos perfiles: en primer lugar, se hunde cualquier remota idea de que los talibanes, seminaristas y fanáticos de una ley islámica interpretada en sus términos más rigurosos y discriminatorios evolucionen ante una improbable búsqueda de aceptación externa. El gobierno de Afganistán no tiene necesidad ni intención alguna de integrarse en el conjunto de los pueblos.
“Se confirman los peores indicios tras la retirada de 2021 en cuanto al retorno a un régimen de esclavitud para las mujeres”
En segundo lugar, como sociedades, Afganistán e Irán no se parecen. La primera es tribal, aislada entre montañas y profundos valles, muy pre-capitalista, donde la separación del poder religioso y el poder civil es una quimera, y no depende del comercio exterior ni de los intercambios comerciales excepto en dos contenidos: la exportación de opio y la compra de armas. En este tema hay una responsabilidad implícita hacia quien en los tiempos de Reagan suministraron armamento a los talibanes presentados como unos ‘héroes de la libertad’ contra los soviéticos. Causa vergüenza y estupor una película como ‘Rambo 3’ (1988) en la que Stallone aparece como el valiente luchador a favor del suministro a los muyaidines de cohetes y armas contra el régimen laico prosoviético.
Por otra parte, a día de hoy ese comercio se mantiene a través de las porosas fronteras. Sin armamentos, suministros ni recambios, los talibanes deberían tener menos posibilidades para su dictadura, de la misma manera que el mayor control sobre sus exportaciones de opio les cerraría la financiación.
Y, por el contrario, Irán es una potencia económica y pronto debe ser considerada un país emergente, con economía en parte industrial, creciente clase media urbana y cultura que pese a las dificultades mantiene estrechos lazos con el exterior. Las situaciones son diametralmente opuestas: a Irán le preocupa el tipo de medidas que adopte la comunidad internacional y especialmente Estados Unidos con acuerdos o sanciones a su control de armamentos. Hay una sociedad civil que aspira a la modernización y se contempla en modelos occidentales en cuanto a estilos de vida, y fruto de ello es la reacción contra la dictadura de los imanes. Para Teherán es muy importante el comercio exterior y su presencia en los mercados. Nada que ver con una sociedad como la afgana hermética y forzosamente aislada.
Finalmente, la cuestión es calibrar hasta qué punto el mundo exterior puede tener alguna capacidad para impedir el retorno a un régimen de esclavitud en el caso de Afganistán, o corregir el déficit en derechos humanos de sociedades infinitamente más ricas cuya presencia en los mercados exteriores es muy importante, como ocurre con las millonarias monarquías petroleras, bajo mínimos en materia de igualdad de género y diversidad LGTBI. En Afganistán, parece fundamental la presión sobre sus países fronterizos por los que se intercambia opio por armamento y otros bienes.
“Frente a la situación de otros gobiernos fundamentalistas religiosos como el de Irán, el régimen talibán corresponde a una sociedad tribal y medieval, con retrasada economía autárquica”
Su caso no es el de sociedades civiles en evolución como Irán ni el de las monarquías petrolíferas con gran presencia en la economía mundial. Con todo, economía y ética no son ajenas, y el papel de los Estados de Occidente y de las potencias democráticas es favorecer que en las transacciones e inversiones se reconozca un marco general de respeto a los derechos humanos o a la economía sostenible. Dejando por sentado que el derecho a la libertad religiosa debe incluir al islam, porque no todas sus sociedades son discriminatorias ni esclavizan a las mujeres.