Humor asalmonado / Mateo Estrella
En la memoria de los españoles que ahora ejercen de abuelos, se han grabado imágenes de cabezas exóticas esculpidas en las huchas del Domund. Testas de ‘negritos’ y de ‘chinitos’ en loza pintada a colores, con una rendija en la cabeza. Niñas y niños se lanzaban a la calle en las mañana de aquellos domingos 23 de octubre, y abordaban a los viandantes al grito de «¡Para las misiones!». Por la abertura craneal entraban pesetas y céntimos -raramente billetes-, cuyo destino era cristianizar a la mayor cantidad de paganos allende los mares.
“La cadena de comida basura no ha tenido otro remedio que cambiar su emblemático nombre por el de ‘Jingongmen’, traducible por ‘Arcos dorados”
Con los negritos quizás se consiguieran suficientes conversiones, pero ha transcurrido un siglo y los chinos no han entrado por el aro del nacionalcatolicismo, y aún menos por el embudo del imperialismo estadounidense. Ello a pesar de la implantación de empresas netamente ‘yankies’, como McDonald’s, en el inmenso país asiático. Prueba de ello es que la cadena de comida basura no ha tenido otro remedio que cambiar su emblemático nombre por el de ‘Jingongmen’, traducible por ‘Arcos dorados’, con el fin de adaptarse la sensibilidad china, que convierte el zamparse una hamburguesa de carne procesada en una experiencia espiritual.
Tal país ha encontrado Pedro Sánchez en su breve visita a la capital de la gran potencia. Poco se sabe sobre lo ha acordado, a juzgar por el comunicado que copio de su página en Twitter: «Iniciamos en Pekín una intensa agenda de encuentros con el objetivo de relanzar las relaciones bilaterales entre ambos países, tanto comerciales como culturales, y abordar la situación geoestratégica global».
Sin olvidar el significativo saludo al recepcionista: «Gracias, primer ministro Li Qiang, por tu invitación y bienvenida».
Como dice un amigo mío embajador, que abandonó la carrera porque sostener un vaso de whisky durante miles de horas en miles de recepciones, le originó una tendinitis paralizante en las muñecas: «El lenguaje diplomático es un modo de hablar equívoco, que se usa para evadirse de un compromiso, o para eludir una pregunta u observación de la que uno quiere desentenderse».
Sánchez ha precedido a las visitas de Ursula von der Leyen y de Emmanuel Macron. Hay que rendir pleitesía de ida y vuelta -como hará todo líder europeo que se precie- a una potencia mundial de este siglo y del que viene. Capaz de contagiar a la Humanidad mediante la transmisión masiva de un nuevo virus, y de vender a ese mismo colectivo centenares de millones de mascarillas para combatir al bicho. Capaz también de que nuestra vida cotidiana esté dominada por cachivaches ‘made in PRC’, sigla de ‘Popular Republic of China’. Y condicionada por PCR, acrónimo de ‘prueba diagnóstica del coronavirus’.
“Hubo un tiempo breve en el cual, como reacción al fallido apostolado misionero, se produjo una infiltración de la doctrina maoísta en los jóvenes airados antifranquistas”
Hubo un tiempo breve, posterior al Domund y anterior a la invasión tecnológica que nos llegó de China en el cual, como reacción al fallido apostolado misionero, se produjo una infiltración de la doctrina maoísta en los jóvenes airados antifranquistas. La lista es amplia. Bastará con citar a Pilar del Castillo, Jordi Solé Tura, Josep Piqué, Federico Jiménez Losantos, Carmen Alborch, o Celia Villalobos -en representación de muchos otros- dentro de la generación que se amansaría con las delicias del poder y de la influencia dentro de un orden. Un tránsito desde la ‘Bandera Roja’ revolucionaria a la enseña roja y gualda.
Mucho después, pero hace casi cuarenta años, Felipe González volvió de la capital china entusiasmado con un proverbio de Confucio que le enseñó el entonces líder indiscutible Deng Xiaoping. “Gato blanco o gato negro, da igual; lo importante es que cace ratones”, repetía en su conversión al pragmatismo. Es más, con el paso de las décadas sus facciones se han achinado visiblemente.
Ya nadie debate en los foros internacionales si la tercera nación más poderosa del mundo es una dictadura. ¿A quién le importa? Como bien dice Wu Haita, su embajador en Madrid: «Es una democracia en la que el pueblo disfruta plenamente de sus derechos de información, expresión y supervisión, y en la que toda la cadena de participación está implicada. La historia y la realidad han demostrado plenamente que el modelo de democracia de China se ajusta a sus propias condiciones nacionales y es apoyado por el pueblo, y es una verdadera democracia, una democracia que funciona y una democracia exitosa».
Si una palabra se cita cinco veces en un párrafo corto, tiene que ser verdad a la fuerza.
“Capaz de contagiar a la Humanidad mediante la transmisión masiva de un nuevo virus, y de vender a ese mismo colectivo centenares de millones de mascarillas”