Crónica Mundana / Manuel Espín
Una Monarquía puede ser dos cosas: una tradición en el tiempo o una forma de gobierno bajo un milimétrico encaje constitucional. Lo primero cada vez tiene menor peso e importancia, porque las naciones no han nacido en la noche de los tiempos, sino que son entidades surgidas por la voluntad de sus ciudadanos y están en permanente evolución. El concepto de Estado-nación es mucho más moderno de lo que parece. En tiempos de ADN, ¿se ha puesto alguien a analizar una legitimidad basada en una dudosa ascendencia de otras épocas en las que los adulterios estuvieron a la orden del día? La única capacidad de supervivencia para las monarquías frente a las repúblicas es su reconversión, no siempre fácil, en institución ejemplar por su servicio, austeridad, cercanía, transparencia y compromiso en la defensa de los derechos ciudadanos y de la igualdad. El concepto de Corona únicamente como herencia de una élite familiar ‘divina’ o humana no se sostiene en el mundo de hoy.
“Convocada una huelga general en octubre para pedir más democracia, nueva constitución y reforma de la Corona”
Este es el problema al que se enfrenta Tailandia, un país muy importante en el Sudeste Asiático, con 68 millones de habitantes y que hasta 1932 vivió bajo el imperio de una monarquía absoluta. Los reyes de la antigua Siam respondían al modelo medieval de semidioses a los que no se podía mirar a los ojos, y los súbditos a su paso tenían que agachar la cabeza. El país fue el único Estado de la zona que nunca fue colonia de potencias europeas, frente a Vietnam, Birmania o Singapur bajo los imperios francés y británico; tras su alineamiento con Japón cambió tras la derrota nipona en la guerra a una estrechísima relación con Estados Unidos que la convirtió durante la Guerra Fría en dique anticomunista de la zona. Ha llovido mucho desde entonces, y en Tailandia, que ya es una potencia turística y va camino de serlo industrial y comercial junto a Vietnam, se ha mantenido la Monarquía pese a la inestable vida política del país, con constantes golpes militares y suspensiones constitucionales; o episodios tan terribles como los centenares de muertos por la represión del periodo 1973-76. El último de los golpes se produjo en 2014 con la constitución de una Junta Militar y la imposición de la ley marcial. Hasta la gradual tentativa de devolución de poderes al pueblo de la Constitución tutelada del año pasado.
Pese a esa inestabilidad y a los periodos de dictadura militar, junto a otros constitucionales, la Monarquía se salvó de todas las contingencias por dos factores: la personalidad del anterior monarca, y las severas normativas que sancionan las criticas al sistema de gobierno. Las cosas han cambiado con el nuevo y extravagante Rama X, nacido en 1952, y cuya biografía parece un catálogo de todo aquello que no debe hacer un rey del siglo XXI en una sociedad moderna. Oficial y monje budista, entrenado en escuelas militares de Norteamérica, Reino Unido y Australia, su vida es un compendio de bodas, divorcios, separaciones, relaciones sentimentales múltiples, caprichosas iniciativas militares que representan una interferencia en los poderes, manejos económicos, escándalos amorosos que se publican en la prensa internacional, pero no en la de su país, donde la Monarquía todavía es intocable. Desde hace meses el Rey reside en Alemania con la vida de un caprichoso millonario, rodeado de mujeres y lejos de la realidad de su pueblo.
Esta historia, que parece escapada del argumento de una opereta del XIX, tiene hoy una carga mucho más amarga para un pueblo que toma conciencia del nivel al que ha caído su tradicional Monarquía. Primero fueron los estudiantes desafiando las severas condenas por criticar al Rey, y más tarde sectores de clase media y del campo, que poco a poco se sienten abandonados y desengañados por quien, en teoría, debía representarlos. Por vez primera en los últimos días esas manifestaciones empezaron a alcanzar tono de clamor. Con la convocatoria para las primeras semanas de octubre de una huelga general en la que se pide la democratización del país, la apertura de un periodo constituyente para la elaboración de una nueva Constitución, la dimisión del actual gobierno presidido por un militar, así como la limitación de los poderes de la Corona, y la fiscalización pública sobre sus inmensos bienes. Esta no es la intocable Monarquía de Bhumibol que en su tiempo conservó un aura casi legendaria, sino la de un personaje que ni siquiera reside en el país, y que actúa como un frívolo hijo de plutócratas.
“Rama X vive permanentemente en Alemania como un millonario de turbulenta vida sentimental”
Las monarquías que pretendan sobrevivir necesitan reinventarse de manera continua, en un tiempo en el que resulta difícil apoyarse en la tradición o el mito. Los partidarios de las monarquías valoran como su principal aportación la estabilidad que pueden proporcionar, y la continuidad a salvo de los partidos políticos y de las contingencias cotidianas de los enfrentamientos entre distintas opciones; pero a su vez esa ‘virtud’ también se puede convertir en su talón de Aquiles: quienes encarnan la Corona están obligados de por vida a la máxima escrupulosidad y ejemplaridad social en el ejercicio de su papel. Bajo el imperio de la ley, la Constitución, y especialmente la soberanía popular, la base de cualquier Estado por encima de una pretendida tradición.