Mar de Fondo / Raimundo Castro
Pasado el sapo de la votación en el Congreso de la reforma de la contrareforma laboral de Mariano Rajoy, la digestión vuelve a la comida sana de la recomposición del bloque de izquierdas de la Investidura. Sobre todo, porque los grupos parlamentarios de izquierda se salieron con la suya aunque fuese por chiripa. Y sólo quedó tocada una persona: Yolanda Díaz.
Porque, se niegue lo que se niegue, ERC, Bildu, el PSOE e incluso Podemos querían cortarle las alas a la vicepresidenta de Podemos, cuya figura personal empezó a volar demasiado alto, colocando su proyecto transversal, con el que pretende recomponer el espíritu de los ‘indignados’ del 15-M por encima de las nubes. Su alianza con Ada Colau era demasiado peligrosa para ERC, que en las últimas elecciones venció a Carles Puigdemont alimentándose del voto de los ‘comunes’, sobre todo en Barcelona y su entorno.
Sánchez sigue creyendo que Díaz es imprescindible para reflotar UP y asegura que no es cierto que haya querido desgastarla con la reforma laboral
Y su renacer hizo recordar a Bildu que, cuando nació Podemos, llegó a ser la fuerza más votada en los comicios de las generales en Euskadi. Además, su pulso con Irene Montero e Ione Belarra, amparándose en el apoyo de UGT y CC OO, amenazaba con hacer volar por su cuenta al futuro Frente Amplio cuya existencia animó a Pablo Iglesias a proponerla como líder de Podemos en el Congreso.
Por otro lado, el gran sapo que suponía para Pedro Sánchez sostener sin tocarlo el pacto alcanzado con sindicatos y CEOE para garantizarse el apoyo financiero de la Unión Europea (algún día tendrán que explicar cuáles fueron las condiciones reales de la conservadora Ursula von der Leyen), dejó a la vicepresidenta sin capacidad negociadora. Y de nada le valió explicar una y otra vez que la reforma podría no salir adelante, con el daño que supondría para los trabajadores de este país. Porque, en su lógica, ERC y Bildu podrían simplemente abstenerse y la suma de la derecha sería insuficiente para tumbarla. Abstenerse, claro, para consolidar los logros mínimos, no votar ‘no’ y ponerlos en peligro.
Lo que no se esperaba, sin embargo, fue lo que pasó con Alberto Casero y los dos diputados de UPN. En ERC y Bildu estaban seguros de que, aunque votasen ‘no’, le saldrían las cuentas al Gobierno. Y ellos podrían argumentar, como han hecho con fundamento, que esta reforma no es la derogación que los socialistas prometieron.
Tras la votación final se asustaron todos por las dimensiones que podría adquirir la derrota. Y se dispusieron pronto a dejar sentado que el Pacto de Investidura sigue vivo pese a todo. “El mundo no se acaba hoy”, dijo Gabriel Rufián. Y Oskar Matute, de Bildu, vino a proclamar otro tanto de inmediato.
De modo que esta semana, todos los representantes de los grupos de izquierda se afanan en iniciar las tareas parlamentarias con la famosa frase que dicen que dijo en Salamanca Fray Luis de León y repitió con sentencia de cátedro Miguel de Unamuno: “Decíamos ayer…”. Incluso Yolanda Díaz, después de invocar el castizo “con las cosas de comer no se juega”, ha dicho que ya ha pasado página.
Me consta que el presidente Sánchez, en privado, también está en lo mismo. Y asegura que no es cierto lo que se dice, que nunca quisieron que la reforma laboral significara desgaste de Yolanda. Entre otras cosas, por la simple razón de que Sánchez es de los que afirma que el éxito de cualquiera de sus ministros es su éxito. El presidente se está hartando de dejar sentado que tiene una magnífica relación y opinión de Yolanda. Y estima que es imprescindible para reflotar UP, algo que el PSOE necesitará para seguir gobernando.
Y por lo que respecta a lo que resta de legislatura, todos tienen muy claro que lo de la geometría variable es como lo de “los experimentos con gaseosa” de Eugenio D´Ors. Los socios parlamentarios van a ser los que lo fueron en la investidura.